En el cuarto domingo del tiempo de cuaresma, Dios nos llama a la conversión de nuestros pecados. Si todos somos pecadores delante de Dios, tenemos que reconocer nuestras faltas, hacer penitencia, orar, y tratar de renovar nuestra vida, a la luz de lo que Dios quiere. Este día de cuaresma, que es tradicionalmente conocido con el nombre de Domingo "Laetare", es decir, de la alegría, Dios nos invita también a alegrarnos, pues se acerca el momento de nuestra salvación, la redención de nuestros pecados. La alegría es algo que debe estar presente en nuestra vida, de toda persona que intentan cambiar de vida. Estamos confiados y alegres, pues creemos en la misericordia de Dios.
En las dificultades y contrariedades de la vida, Dios es nuestra esperanza. San Juan nos muestra que Jesús realiza la curación de un ciego de nacimiento en día sábado. Una vez que es liberado de su ceguera, es capaz de reconocer a Jesús como Mesías (cfr Jn 9. 1. 6-9. 13-17. 34-38). De este modo, Jesús quiere liberar a una persona de algo que lo hacía sufrir, dándole una nueva existencia. Encuentra la luz, que no sólo es física, sino que también encuentra que su vida es iluminada por Cristo. La alegría verdadera la encuentra en el mismo Señor, que viene a iluminar la propia existencia.
En este sentido, Jesús nos ayuda con la luz de su gracia a tener una mirada distinta de nosotros mismos, pues nos consideramos como hijos de Dios, creados por Dios y amados por Él, a pesar de nuestros pecados e indiferencias. También somos capaces de mirar al prójimo de otro modo, buscando siempre vivir en el amor y en la paz, siendo más misericordiosos con los demás. Ahora bien, somos invitados a vivir como hijos de la luz. Pero esta dignidad que el Señor nos regala implica rendir los frutos esperados. Los frutos que Dios espera de nosotros son la bondad, la justicia y la verdad (cfr Ef 5, 8-14). Dicho de otro modo, debemos ser capaces de realizar obras de bien, a favor de nuestros semejantes, conscientes de que Dios irá iluminando nuestro camino para agradarle en todo y nos ayudará cada vez que no seamos fieles a su voluntad, cuando pecamos, pues nunca nos deja solos.
Pbro. Dr. Tulio Soto. Vicario General del Arzobispado de Puerto Montt.