El twitero arrogante y otras melodías
Los periodos convulsos alientan nuevos géneros literarios. Si alguna vez una proclama fue clavada en la puerta de una iglesia, para denunciar una injusticia; no sin que antes, bardos y trovadores relataran acontecimientos pasados, por lo general, cahuines de una comunidad, y que solían promover a algún héroe popular; era por un afán comunicativo (y libertario, por cierto). En la época de las revoluciones burguesas, a su vez, surge el periodismo y otros formatos, como el libelo, la crítica y la crónica satírica, los reportajes y toda la literatura tributaria del discurso periodístico, buscando un objetivo análogo. Hoy los formatos son otros. La arrogancia digital ha creado lo suyo transformando radicalmente las discursividades, imponiéndoles el rasgo equívoco de la instantaneidad. Las necesidades comunicacionales de antes no son las obsesiones protagonísticas del sujeto moderno de hoy, ávido de farándula y que por ningún motivo quiere pasar desapercibido.
Las llamadas redes sociales tienden a imponernos el más fatal de los acontecimientos, el ego sin protocolos. El facebook y el simple correo electrónico generan un híper relato que lo copa todo, la novela contemporánea parece navegar por ese sistema de conductores de mensajes digitales. El twiter, por su parte, parece ser una vitrina algo más perversa, porque supone un yo-yo con voluntad de verdad e inadministrable en su omnipotencia y megalomanía. Allí se parapetan algunos operadores mesiánicos para dar cuenta de sí mismos, brevemente.
Una cómplice política me explica su funcionamiento y me muestra algunos mensajes compulsivos y llenos de ansiedad que circulan por esa red. Su brevedad delirante, todo un coito interruptus retórico, que junto a la burda ironía y la descalificación (y la exaltación autorreferencial), no alcanza a construir un texto completo, sólo balbuceos. La economía lingüística que lo caracteriza, lo convierte de inmediato, en un acto de retención miserable; es la huella delirante de una oralidad obsesiva, que adquiere por homología simbólica (en la lógica de un análisis silvestre) las características del registro anal, por su fascinación compulsiva por la basura y su coprolalia latente (no manifiesta). Es el sustituto de una ficción ególatra de lo público. Apenas 140 caracteres, en donde sujetos descompensados e impotentes, sin escena pública, intentan dejar una huella gráfico digital tristemente exigua, para resolver de un plumazo divino la crisis de la putrefacción sistémica. Exhibición impúdica y mediática con cero riesgo, en el que sólo impera la soberbia de un casi saber o de una pataleta adolescentaria. Yo me imagino que esta farsa de ejercicio cívico twitero, es como cuando una vieja culpógena (levemente heroica), en bata y zapatillas de levantarse, barre la vereda correspondiente de su calle y comenta, con la otra vecina, lo sucio que dejan la escala del barrio los marihuaneros y pendejos carreteros que la ocupan en horario premium.
Ese twiterío prediscursivo es un mero consuelo irresponsable de un sujeto cobarde, sin cuerpo presente, que vocifera desde un balcón o atalaya acomodado, y que sólo puede articular, en textos onanistas, la gesta solitaria de hacer ciudad. Ese twitero me recuerda al personaje decadente de Muerte en Venecia (la película de Visconti) que nunca es capaz de ver la ciudad real, en toda su magnitud; su mediocridad estructural sólo le permite padecer sus síntomas descomposicionales.
POR Marcelo Mellado*
* Escritor y profesor de Castellano. Es autor de "La batalla de Placilla" .