Jesús fue a Nazareth y el día sábado entró como de costumbre en la sinagoga, leyendo un pasaje del libro de Isaías: "El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para dar la Buena Noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor" (Lc 4, 18). Luego cerró el libro y les dijo: "Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír" (Lc 4, 20).
Jesús aplica el texto del Profeta Isaías a su propia misión no por un simple capricho, sino porque en Él se cumple lo anunciado desde antiguo, y es justamente el Hijo de Dios, el Mesías esperado desde todos los tiempos. Su misión consiste en anunciar el Evangelio (Buena noticia) a los pobres y los que sufren.
Ya no se trata sólo de alguien sobresaliente, sino del Mesías, que viene para liberar al mundo del mal y del pecado. Jesús es la Palabra encarnada (cfr Jn 1. 14), el Verbo de Dios que viene para habitar con nosotros. En este sentido, ya no estamos solo en el mundo, pues Jesús vino para quedarse en medio nuestro, fortalecernos con su Palabra y animarnos en la construcción de su Reino, que comienza aquí y que culmina en la vida futura. En la construcción de su Reino de paz, justicia y amor, cada uno de nosotros tiene una misión que cumplir, de acuerdo a los dones y carismas recibidos. En la Iglesia no hay personas inútiles, pues Dios distribuye los talentos necesarios, que ponemos al servicio de los demás. Cada uno, desde su propia condición, puede aportar para que nuestro mundo mejore en santidad, amor y justicia. San Pablo nos recuerda que la Iglesia es una, pero los miembros somos muchos y diversos (cfr 12, 12-30).
En nuestra misión, no trabajamos según nuestra propia lógica, meramente humana, sino que nos dejamos iluminar por medio de la fe. Somos llamados a escuchar lo que el Señor nos dice. Encontramos el camino, la voluntad de Dios, en la escucha atenta de su Palabra y cuando ponemos en práctica los principios que emanan del Evangelio. En el Año de la Misericordia que estamos celebrando, estamos invitados a ser misericordiosos como el Padre.
Pero para ser misericordiosos, "para ser capaces de misericordia (…) debemos en primer lugar ponernos a la escucha de la Palabra de Dios (…). De este modo, es posible contemplar la misericordia de Dios y asumirla como propio estilo de vida" (MV 13).
Pbro. Dr. Tulio Soto.
Vicario General del Arzobispado.