- ¿Quién te enseñó a leer?
- Mis abuelos. Mi abuela materna grababa libros para ciegos y yo aprendí a leer escuchándola. Mi abuelo paterno me regaló libros desde muy chica, jugaba con ellos más que con muñecas. Él era un gran lector, siempre lo veía con unos libracos enormes, y entonces pensé, con mi lógica infantil, que si eso era lo que más hacía feliz a mi abuelo -y mi abuelo era mi héroe-, entonces yo tenía que poder algún día escribir uno de esos libros. Salgo leyendo en casi todas mis fotos de infancia. Por otro lado, creo que aprendo a leer con cada libro que leo. Con ese criterio, pienso que me enseñaron a leer Rodrigo Fresán, Antonio Lobo Antunes, Virginia Woolf, Shirley Jackson, Clarice Lispector, Wislawa Szymborska, Juan Rulfo, Alejandro Zambra, Edmundo Paz Soldán y tantos más.
- ¿Cómo escribiste los cuentos de "Instrucciones para ser feliz"?
- Los recopilé a lo largo del tiempo que llevo haciendo el doctorado en Georgetown. Cuando empecé las clases, como profesora y estudiante, llevaba ciento cincuenta páginas de una novela sobre Mary Shelley, pero luego, con la tesis, me fue imposible dedicarme a ella. Me propuse escribir cuentos, todos los que pudiera, e ir mandándolos a concursos, publicándolos en antologías, hasta que tuve varios que me parecía que sonaban con una misma nota y los fui guardando en un mismo archivo al que le puse "Instrucciones para ser feliz".
- ¿Cuál es tu rutina de escritura?
- Escribo sentada en el medio de un futón que está en el living de mi departamento en Washington, rodeada de libros y cuadernos por ambos lados y mirando por la ventana los árboles, la nieve, o las ventanas de mis vecinos. Escribo en cada minuto que puedo, al menos una hora por la mañana. Eso es intransable. Trato de escribir al menos tres páginas diarias, páginas que luego puedo no usar para nada, pero siempre al menos tres páginas. Escribo con música, mis libros siempre tienen soundtrack. Para el último estaba pegadísima con Florence + the Machine, también aparecieron canciones de Leonard Cohen, David Bowie, Nick Cave y Camila Moreno.
"Me gusta Juan Preciado de Pedro Páramo con esa presencia fantasmal y profundamente enigmática, todo atravesado de murmullos", dice la autora.