Tras el dramático accidente aéreo ocurrido este martes en Puerto Montt, la atención pública se ha volcado a la discusión sobre el riesgo que implica que un terminal aéreo se ubique en una zona cada vez más densamente poblada. De acuerdo a lo señalado por el Club Aéreo de Puerto Montt, que administra el aeródromo, éste funciona en concordancia con toda la normativa vigente. Se asegura que no incumple ninguna legislación y que desarrolla alrededor de 22 mil operaciones al año, incluso algunas de tipo militar, con parámetros de seguridad que exceden incluso los parámetros de la Dirección General de Aeronáutica Civil. Por cierto, ninguno de estos datos y hechos sirve de consuelo para las familias que han perdido a sus seres queridos y tampoco aporta, en este momento, tranquilidad a los vecinos que atestiguaron los trágicos hechos de ayer y que experimentan cotidianamente el temor a un nuevo accidente. El aeródromo de Puerto Montt comenzó a funcionar hace 71 años en el sector La Paloma, en ese entonces una zona rural considerablemente alejada del área urbana de la ciudad y durante todo ese tiempo ha contribuido a facilitar la conectividad con la zona sur austral del país, prestando un invaluable servicio a la comunidad. No obstante, hoy es necesario abordar el tema de una nueva ubicación para este centro de operaciones aéreas. Esta tarea debemos enfrentar de manera colaborativa y sin caer en el voluntarismo ni en el populismo propio de situaciones como la que estamos viviendo por estos días. No es razonable plantear el cierre inmediato del aeródromo y tampoco lo es sostener que éste debe seguir indefinidamente en esa zona, sólo porque estaba ahí antes de que ésta se poblara. Puerto Montt es una ciudad de servicios y es el principal punto de conexión con el territorio sur austral. No puede, por tanto, prescindir de un aeródromo. El desafío, entonces, pasa por establecer las mesas de trabajo que sean necesarias para alcanzar una solución beneficiosa para todos. Aquí la responsabilidad no es sólo de una institución, sino del conjunto de la sociedad puertomontina y de la región, porque el aeródromo de Puerto Montt le sirve a toda la comunidad regional.

Rabindranath Quinteros Lara. Senador (PS) de la República. Región de Los Lagos.

La tragedia aérea de Semana Santa en Puerto Montt, con una avioneta caída sobre una casa, sin moradores en esos momentos y la cual destruyó, pero donde perecieron los seis ocupantes del avión, ha motivado variadas y significativas consideraciones a todo nivel.

Una de ellas, acorde al espíritu cristiano reinante por estos días, muestra algunas impresionantes expresiones de fe en torno a ese doloroso suceso. Como las del joven que, a última hora, no pudo hacer el vuelo, librándose de morir en el accidente, y la profesora dueña de la vivienda siniestrada, quienes atribuyeron a una intervención sobrenatural y divina, que no hubieran estado, incluyendo a sus familiares, en el lugar del fatídico suceso. Una milagrosa escapada, así reconocida por ellos, que les ha permitido seguir viviendo, y en una segunda oportunidad, como lo afirmase, emocionado, el buzo de Quenuir que no pudo hacer el viaje.

También, se estiman como circunstancias extraordinarias -desde una mirada de la fe que se fortalece en esta Semana Santa- el hecho de que el piloto del aeroplano -se supone- haya tenido la valentía, sangre fría y destreza, -cuando detectó las fallas del aparato al volar sobre uno de los tantos colegios del sector, como lo han señalado testigos-, para evitar la caída sobre alguno de ellos y matar a niños, desviándolo hasta donde pudo en su desesperación y ansias de sobrevivir y no provocar tanto daño.

Los designios divinos son misteriosos e insondables. Y a menudo sólo se recuerda a Dios, cuando hay aflicción, peligro y se necesita ayuda, pero rara vez para agradecerle las cosas buenas que también ocurren. O para pedirle perdón en las ofensas, faltas y errores, que él merece como el Creador y origen de todo. Más aún, si a través del sacrificio de su propio hijo hecho hombre, -Jesús-, dio la preciada oportunidad de redención al género humano, que lo había traicionado, manchado y agredido. Como se conmemora en esta semana de dolor, pero también de esperanza salvadora, que remarca la resurrección que se recuerda este domingo pascual.