La Iglesia de Francisco
No soy creyente y mi única relación con la religiosidad es que creo y defiendo el principio de que, en un país de libertades como aspiro que sea el nuestro, todas las ideas y todas las creencias, incluidas desde luego las religiosas, deben ser admitidas sin discriminación alguna. Aunque debo admitir que con algo de simpatía y bastante interés, seguí el pontificado del Papa Francisco, tal vez por ser argentino (y primer latinoamericano), por ser fanático del fútbol y sin duda también, por su condición de ser jesuita, esa Compañía fundada por el vasco Ignacio de Loyola en 1540 y posteriormente suprimida en 1773 por el Papa Clemente XIV, congregación admirada por muchos y que ha despertado desconfianza en tantos otros a lo largo de los siglos.
Es probable que a Francisco, nuestro Papa jesuita, muchos recién vienen a descubrirlo con su fallecimiento, por la gigantesca marea informativa asociada a su muerte.
Hubo reportajes, películas, crónicas, enviados especiales al Vaticano a cubrir cada detalle de su partida, que además coincidió con el fin de Semana Santa.
No podemos olvidar el paso de Jorge Mario Bergoglio en Chile, quien en marzo de 1960 arribó a nuestro país en una de sus etapas de formación como jesuita. Luego, 58 años más tarde retornaría como Pontífice, en una compleja visita en medio de los escándalos que sacudían a la Iglesia Católica en esta parte del mundo. Para muchos expertos se trató de una de sus giras más débiles.
Desde luego ese es un tema en el que no voy a entrar. Sí puedo decir, en cambio, que el alud de información que provocó su muerte nos permitió conocer a un hombre especial, auténticamente sencillo, en muchos aspectos ajeno a las pompas vaticanas y con una gran capacidad de acercarse a las personas más humildes y marginales.
El Papa de las periferias
Javier Cercas, en su libro "El loco de Dios en el fin del mundo", en el que relata su experiencia acompañando al Papa en un viaje a Mongolia en 2023, señala que Francisco fue un pontífice de "las periferias". Y cita un discurso pronunciado ante los cardenales reunidos en marzo de 2013 cuatro días antes de que lo eligieran Papa: "la Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir a las periferias, no sólo las geográficas sino también las existenciales: las del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y la prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria".
Esa vocación por las periferias la tradujo no sólo en sus viajes alrededor del mundo en los que fueron mayoría sus visitas a países que suelen ser considerados periféricos, sino también en su capacidad para abordar -no siempre con éxito, hay que decirlo- temas que se mantenían en la periferia de la Iglesia por serle especialmente urticantes: la homosexualidad, la pederastia entre los sacerdotes, la marginación de las mujeres, la exclusión de personas divorciadas.
Se trata sin duda de temas sobre los cuales la Iglesia Católica está en deuda con el mundo desde hace muchos años. No entraré aquí en una discusión sobre la raíz y proyección espiritual de la Iglesia y sus pastores, pero sí me atrevo a plantear la cuestión de su presencia secular, porque esa Iglesia sigue siendo sin duda la de mayor influencia en el mundo occidental, sólo en número de fieles son algo más de 1.400 millones de católicos. Y cuando hablo de influencia no me refiero a la espiritualidad de sus fieles, sino a la influencia que su organización, su estructura y la acción de sus pastores tienen sobre sus feligreses y en no pocos casos sobre quienes no lo son.
(Y eso quedó claramente reflejado que para su funeral concurrieron delegaciones de todo el planeta, incluyendo a más de 50 jefes de estado y varios monarcas, y la ceremonia fue seguida por centenares de millones de televidentes del mundo entero).
Y hablo desde el mundo laico, desde el cual puedo decir, sin temor a equivocarme, que probablemente la Iglesia Católica, universal como es, ha estado quizás detrás de todas las cosas buenas que han ocurrido en el mundo, pero también de muchas de las cosas malas. La posibilidad de imprimir la Biblia promovió el desarrollo de la imprenta y la publicación de otros libros en el mundo, pero la primera edición de la Enciclopedia en que colaboraron entre otros Diderot, Voltaire, Rousseau, Francois Quesnay y más de un centenar de sabios y expertos en materias tan lejanas entre sí, pero tan importantes para la civilización como la diplomacia, la arquitectura o la metalurgia, fue puesto en el Índice, la lista de los libros prohibidos, por el Papa Clemente XIII.
Luces y sombras
A nuestro continente la Iglesia Católica trajo la educación formal en escuelas de niños y niñas, pero también esa otra forma de esclavitud que fue la "encomienda de indios"; trajo las primeras universidades, pero también la quema de herejes en las plazas públicas de México y Perú.
Hoy no se quema a quienes piensan diferente, pero incomprensiblemente para todo ser humano civilizado se mantienen inexplicablemente al margen de la Iglesia o de sus laborales pastorales a las mujeres y se excluye y condena a los homosexuales, entre otras normas igualmente retrógradas para buena parte de nosotros. Esas actitudes, inexplicables para los no católicos, pero también para muchos católicos, no sólo importan a la Iglesia, sino también a la sociedad en las cual ella está integrada y sobre la cual influye.
Por eso, nuevamente desde mi visión de laico y no creyente, pero devoto de la libertad y la inclusión, me atrevo a preguntar si la muerte de este Papa argentino, adicto al mate y al San Lorenzo de Almagro, buen bailarín de tango y que nunca dejó de usar los zapatos que llevó desde Buenos Aires al Vaticano, ¿no será una buena oportunidad para que la Iglesia profundice la labor que este pastor inició?
Desde este próximo 7 de mayo, el mundo entero estará pendiente de la votación de los 133 cardenales, que, en el solemne Cónclave, elegirán al Papa 267. Es de esperar que con este nuevo nombramiento, sea una buena forma de disminuir la distancia que hoy separa a la Iglesia Católica de muchos de nosotros que no somos parte de ella, pero que estamos dispuestos a respetarla y hacerla respetar, pero particularmente de sus fieles, que sin duda esperan una Iglesia más cercana y conectada a los dolores y esperanzas del mundo que vivimos.
Esta es, sin duda, la Iglesia que Francisco quería.