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nieta Barbarita, de 6 años. Entre medio del desastre, muchas vidas estaban en juego. "Cada vez que venía un nuevo temblor, el hogar sonaba completo, era un ruido que venía debajo de la tierra, nunca voy a olvidar lo que sentía, la angustia, incertidumbre y la duda, no sabía qué hacer, sólo sabía que muchas personas dependían de mi en ese momento", mencionó Nelly, mi mamá y la cuidadora de los ancianos de ese entonces.
Finalmente, después de interminables llamados de nosotras, sus hijas, intentando que saliera del pueblo, por el miedo a que el volcán haga erupción, logramos que cediera en su postura y al ver que carabineros y personal del hospital llegaron al hogar a corroborar el estado de todas y todos, recomendaron que tome a su nieta y vayan al barco, porque nadie sabía lo que podría pasar. Fue así como sin soltar una lágrima caminó hasta el barco, con su nieta tomada fuertemente de la mano, mirando hacia atrás de vez en cuando, despidiéndose del lugar que eligió para criar a sus cuatro hijas y que no estaba segura si volvería a ver, al menos como ella lo conocía.
En el barco se encontró con mi papá, ellos se separaron cuando nosotras éramos pequeñas, pero conversaban de vez en cuando.
Quince horas tardó el viaje, todos de pie durante el trayecto, algunos alcanzaron butacas, pero la gran mayoría llegó destrozado a Puerto Montt, espiritualmente por el shock de lo sucedido y físicamente por el estrés y el viaje tan maltratador.
En Puerto Montt pasaron a inscribirse en la Gobernación, para decir que habían evacuado y enlistar sus pertenencias, no eran muchas, sólo la casa de mamá y la camioneta vieja de papá.
Nuevo hogar
A media tarde llegaron a Valdivia, se bajaron del bus y la imagen era sacada de una trágica historia. Sus ropas estaban grises, estaban bañados en ceniza, mi papá venía con su sombrero de ala, que tenía una tremenda capa de ceniza encima, sin embargo, todos conservaban la entereza. Barbarita se abalanzó sobre nosotras con una risa de tranquilidad, parece que al haberse alejado de Chaitén había encontrado seguridad.
Antes de nada, mi mamá se excusó diciendo, "no pudimos traer a Max, no nos dejaron subirlo". Nuestros corazones sufrían otro golpe, nuestro perro fiel había quedado ladrando fuerte en el muelle, como pidiendo no ser olvidado. Sólo quienes evacuaron el primer día pudieron salir con sus mascotas o algunos enseres. Quienes se resistieron más, sólo pudieron llevar lo puesto. Ese día no hablamos mucho, preparamos mate y tratamos de ser optimistas, esto sería algo pasajero, ya volveríamos a casa, Max estaría ahí esperándonos y esto sólo sería un mal recuerdo. Para dormir, nos acomodamos como pudimos en las dos camas que había y me imagino que cada uno, al cerrar sus ojos, pidió lo mismo.
Al otro día, nos despertamos con la noticia de que se registraba la primera muerte por causa del volcán Chaitén. Audelia, nuestra viejita del hogar, aquella con quien tantas historias teníamos, aquella que retenía a mi mamá, a quien más le costó soltar la mano, había fallecido en el traslado a Puerto Montt. Por primera vez las lágrimas brotaron de nuestros ojos y pensamos que tal vez todo saldría mal.
Ese primer año de universidad fue desastroso para mi hermana y para mí, no podíamos hacer mucho, la incertidumbre arrasaba con cualquier esperanza, las semanas pasaban y los medios sólo hablaban de la erupción del volcán Chaitén. Se evacuó a los pueblos aledaños, Palena y Futaleufú, se ordenó una evacuación completa y obligatoria, pues nadie tenía certeza de como evolucionaría la situación de emergencia.
El principal enemigo del momento era la ceniza, pues viajaba rápido, caía como copos de nieve, impedía la visibilidad en los caminos y no permitía que, en los campos, los animales se pudieran alimentar.
Dos meses habían pasado desde la erupción, los meses transcurrían lento, las autoridades no sabían qué hacer, afirmaban algo y a la semana se retractaban. Entre medio, los pobladores querían volver a sus hogares, pero nada pasaba.
Una mañana, en el noticiero del almuerzo se confirmaba lo que todos temían. La ceniza acumulada provocó el desborde del río Blanco, arrasando con la mitad del pueblo o sector sur de Chaitén. Nuestra casa se volvió portada de varios medios, la fotografía la mostraba siendo arrastrada por el río de palos, agua y ceniza, como metida en un barro tratando de salvarse. Junto a ella, la camioneta de mi papá y sobre el techo de la camioneta, nuestros dos gatos tratando de sobrevivir. Fue la última imagen que tenemos de casa, pues quedó sepultada en la ceniza por ahí, en algún lugar.
El regreso a caitén
Fueron meses duros, no sólo para nuestra familia. En agosto de 2008 permitieron la entrada al pueblo. Tres meses habían pasado y las autoridades abrieron el paso.
Fuimos con mamá con la única esperanza de encontrar a Max, buscamos por todo el pueblo donde se pudiera recorrer, pero no lo encontramos. Algunos militares que estaban en la zona dicen que lo vieron ir todos los días al muelle, salió en la televisión, incluso en una portada que aludía a las jaurías que se estaban formando. Recorrimos incrédulas, pasamos todo el día a punta de mate, no había espacio para el hambre frente a tanta desgracia. Volvimos en el barco con el corazón aún más roto. Dispuestas a empezar de cero, con lo puesto, con las ganas y con la conformidad de que así es la vida.
Ese 2008 algunos medios nacionales mencionaban: "Volcán Chaitén: la erupción más violenta en casi un siglo", mientras que los medios internacionales destacaban la ceniza que viajaba y no paraba. "Un manto de ceniza sobre Chubut", "La nube de cenizas da la vuelta al mundo y obliga a suspender vuelos en el sur de Chile".
Según información proporcionada por el Servicio Nacional de Geología y Mineria (Sernageomin), el Chaitén es un volcán pequeño de tipo caldera y se le considera el cuarto más peligroso del país.
Si hay algo que se pueda destacar a raíz de la erupción, es que este hecho permitió crear la Red Nacional de Vigilancia Volcánica, se fortaleció la Oficina Nacional de Emergencia del Ministerio del Interior (Onemi), hoy llamado Oficina Nacional de Emergencia del Ministerio del Interior (Senapred), para coordinar el monitoreo permanente de sismos y volcanes. Además, se creó el Museo de Sitio Chaitén, ubicado al costado del río Blanco, que mantiene y conserva la manzana número 8 de Chaitén. Cuenta con nueve viviendas testigos del desastre, que permite a los visitantes dimensionar el impacto provocado por la erupción volcánica y el lahar posterior.
Luego de 17 años de su gran catástrofe, Chaitén se levanta de a poco, sus habitantes han vuelto, algunos nunca se fueron, realmente. Hoy se debate sobre la lentitud del proceso de reconstrucción, las intenciones politicas y tantos temas más.
Mientras tanto, nosotras seguimos en Valdivia, lugar en que nos dejó esa gran águila. Mi mamá sigue cuidando a los demás, papá sigue igual que siempre, aunque el golpe de Chaitén lo hizo madurar bastante. Barbarita tiene 25 años, volvió a vivir a Chaitén y Futaleufú y nunca pudimos volver a amar a otro perro como a Max.
Las casas fueron arrastradas por el desborde del río Blanco. El sector sur de la ciudad resultó devastado.
Max, la mascota.
La erupción provocó una verdadera catástrofe en Chaitén.