Confusión y desorden
Vivimos momentos de confusión y desorden. Indudablemente, la masificación de la era digital coadyuva considerablemente a su propagación. Hoy tenemos a demasiadas personas opinando sobre temas que no entienden, que no conocen, o que simplemente no están preparadas para abordar eficazmente; todo esto, luego de una rápida repasada por Internet y un sinnúmero de ideas informales obtenidas a través de las redes sociales. Así, hay una ignorancia de los chilenos hacia su realidad que los hace cometer los mismos errores una y otra vez, porfiadamente.
Esta falta de compresión hacia lo que es Chile y su maravillosa, pero extraña naturaleza, explica gran parte de los problemas psíquicos que afectan al pueblo de nuestro país. Los vaivenes de nuestra mentalidad podrían calificarse como una "inestabilidad telúrica", acentuada últimamente por la superficialidad de la vida moderna.
Para conocer mejor lo que somos, hay que adentrarse profundamente en el paisaje físico y espiritual de la patria, cosa que muy pocos quieren realizar. No hay tiempo para "asuntos tan superfluos", pensarán las grandes mayorías. Y así estamos, integrados con el mundo a través de una inmensa y omnipresente red electrónica, pero solitarios y desorientados.
He recorrido el sur profundo, mi morada en Chile, llegando a conocer sus mitos y leyendas; especialmente en lo concerniente de los antiguos Selk'nam de Tierra del Fuego, y tantos otros. Al adentrarme en ese mundo, pude darme cuenta que el habitante actual está completamente triturado, no es nada en comparación con la majestuosidad de un paisaje tremendo, formidable. De esta manera, he comprendido que existe una lucha constante con la naturaleza, que hay un desequilibrio enorme entre el hombre y el paisaje, entre la belleza del paisaje y la pobreza, casi fisiológica, del habitante, del chileno.
Es como si fuéramos destruidos por el paisaje, como si el paisaje nos negara alguna sustancia necesaria para una vida más positiva y digna. Hay algo que flota en la atmósfera y que la enrarece, haciéndola a veces gravosa. Y nos desquitamos destruyendo la naturaleza, explotándola de manera mercantil, como unos consumados "mercachifles".
El respeto existía en tiempos lejanos. Ahora ya está casi perdido por la mecánica, la cibernética y la electrónica; se hace sumamente difícil la posible relación entre los chilenos y el paisaje, pues sólo existe un deseo de "dominar" la naturaleza. Es casi imposible una verdadera complementación.
Estas cavilaciones no son sólo una cuestión nostálgica, de un pasado distinto y más pleno, pues creo en algunos lugares apartados de Chile aún existen unos pocos que viven en y para esa otra realidad. La modernidad se refiere a ellos despectivamente, considerándolos "primitivos", o incultos, mientras ellos permanecen sanos de mente y cuerpo.