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Notre Dame:

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Mientras veía el muy interesante documental de Netflix titulado "Churchill at War", no pude dejar de conmoverme al ver la imagen de franceses llorando mientras escuchaban que su país se rendía ante la Alemania nazi. Intenté ponerme en su lugar y tratar de experimentar lo que se puede sentir en el momento en que lo más amado, o lo que representa todas las cosas que se aman, cae destruido ante fuerzas que no puedes controlar; fuerzas con las que no puedes razonar. No pude, es muy difícil y quizás sea algo que sólo se experimenta una vez en la vida.

Sin embargo, es posible que los franceses lo hayan vivido dos veces. Porque la destrucción por el fuego, una fuerza que no pudieron controlar, destruyó buena parte de la Catedral de París, la Iglesia de Notre Dame, el 15 de abril de 2019. Y esta vez las lágrimas probablemente no fueron sólo de los franceses, sino que de mujeres y hombres alrededor del mundo.

Y es que ese edificio era mucho más que un símbolo religioso, que sin duda lo era y muy importante: allí fue canonizada Juana de Arco. Era también un símbolo de nuestra civilización. Esa civilización occidental de la que tantos millones de seres humanos -incluidos los y chilenos- somos herederos y tributarios.

Tras la tragedia

Después de la tragedia los franceses podían haberse resignado a la pérdida de uno de sus más preciados tesoros, de un compendio de su propia historia y cultura (se comenzó a construir en 1163. Allí fue coronado emperador Napoleón y no hay turista, chileno, chino o africano que no se haya sacado una foto delante de su estructura si alguna vez pasó por París); pudieron decidir crear una comisión o "mesa de trabajo" dedicada a estudiar qué hacer después del desastre o esperar que la Iglesia Católica reparara el daño (después de todo era "su edificio", pudo haber dicho algún asesor que se creyera más inteligente que los demás).

Pero no hicieron nada de eso. En lugar de ello decidieron reconstruirla. Entre todos y sin remilgos respecto de la ayuda que otros (otros países, otras culturas) quisieran ofrecerles. Su autoridad máxima, el Presidente Emmanuel Macron, prometió reconstruir Notre Dame en cinco años y llamó a su pueblo a la tarea. Se reunieron los mejores arquitectos, aparecieron artesanos que cultivaban oficios casi extinguidos. Llegaron contribuciones de todas partes del mundo y a nadie se le ocurrió examinar la legitimidad de la tarea o si satisfacía todos los permisos que dictaban los reglamentos.

Y en cinco años reconstruyeron Notre Dame. La reabrieron el sábado de la semana pasada con un acto que congregó a 35 jefes de Estado y de Gobierno, incluyendo a la presidenta de la Unión Europea y al Presidente electo de los Estados Unidos. Habló Emmanuel Macron, el mismo que hace cinco años había convocado a los franceses a esa reconstrucción y luego siguieron conciertos y expresiones artísticas. Así, Francia recuperó su ícono cultural y espiritual que, a partir del día siguiente, quedó abierto nuevamente para los parisinos, para los franceses y para el mundo.

Y en este punto vale recordar que Emmanuel Macron, el sábado de la semana pasada, condujo ese acto de unidad de su país en medio de una de las crisis políticas más graves de su gobierno; quizás la más grave. Algo que, sin embargo y durante algunas horas, fue dejado de lado por todos en Francia. Un conflicto que fue postergado por quienes sabían que había situaciones y momentos que siempre estarán por encima de diferencias mezquinas. Y de ese modo, ni un solo grito, mucho menos una barricada o una pared manchada, ensuciaron ese momento que era de todos los franceses y que ellos ofrecían al mundo.

La pregunta obligada, después de ese ejemplo de civilización y humanidad, es: ¿podríamos hacer algo semejante nosotros en Chile? Y la única respuesta honesta es que no, que no seríamos capaces. Que la enorme fuerza de voluntad de Macron no anida hoy en ningún líder de nuestro país. Que una obra de esa naturaleza seguramente se empantanaría en la tramitación legislativa, en la que los dos polos irreconciliables en que estamos divididos lucharían por llevarse el crédito y terminarían por anular la empresa. Que aun si se superarse el inmovilismo al que nos condena la polarización, seguramente no superaría los obstáculos que le impondrían las decenas, quizás cientos de permisos y trámites burocráticos contenidos en nuestra "permisología", que una obra de esa magnitud tendría que sortear en nuestro país.

"Sentirnos unidos"

Es triste reconocerlo y nos lleva pensar en lo peor. ¿Es que ya no saldremos de este lodazal en que estamos ahora? ¿Es que ya no surgirá de entre nosotros una figura política o moral como las que antaño nos han conducido? ¿Es que ya nunca volveremos a alentar la esperanza de sentirnos unidos y avanzando hacia un mejor futuro?

Quizás haya esperanzas: el "Estudio Nacional de Polarizaciones 2024 Entendiendo la (des)confianza", realizado por las corporaciones 3xi y Criteria, llega a la conclusión de que la brecha entre lo que piensan las personas de derecha y lo que piensan las personas de izquierda ha disminuido en el país en comparación con el año anterior; que ha aumentado la disposición al diálogo entre las personas y que el hecho que las personas de izquierda aciertan más cuando imaginan lo que opinan las derechas y que lo mismo ocurre con las personas de derecha respecto de las de izquierda, estaría revelando un menor prejuicio respecto de las ideas de otros. Que más del 50% de los chilenos siente temor por los excesos a que puede llevar la confrontación política y que todavía muchos más no desconfían de quienes votan por una opción opuesta. La conclusión a que llegan los autores es que la polarización y los niveles de confrontación e intolerancia preocupan a la sociedad e infunden temor.

La conclusión a la que llego yo es que nuestra sociedad es mucho más sana que nuestra política y que sí podemos tener esperanzas de que las cosas mejoren.

Esperanzas de que salgamos de donde estamos. Seguridad de que no estamos condenados a vivir en la parálisis a que nos condenan la polarización y la intolerancia que hoy sufrimos. Convicción de que hay reservas morales que nos podrían permitir, si tomamos conciencia de ello y nos empeñamos en lograrlo, acercarnos al ejemplo que nos dieron franceses y francesas hace apenas una semana.

Porque Notre Dame es un gran ejemplo.


Un gran ejemplo