El día de furia de Marco Antonio
El pasado lunes, Marco Antonio Solís se levantó, se aseó, quizás desayunó lo que acostumbra que probablemente sea lo que desayuna la mayoría de los chilenos, una taza de té y pan con mantequilla; también muy probablemente caminó sin mucho sentido por el interior de su hogar como quizás lo haga a diario desde que quedó desempleado, después de años de haber trabajado como guardia de seguridad o tal vez se sentó en algún mueble de ese hogar que desde hace cinco años, desde que murió su esposa, todas las mañanas, como la mañana de ese lunes, parecía angustiosamente vacío.
Pero esa mañana algo cambió. En algún momento Marco Antonio Solís fue hasta la cocina de esa casa vacía, tomó de algún mueble dos o tres cuchillos y salió decidido a que esa mañana algo fuera diferente.
Distinto al mundo de soledad, desempleo y malas noticias que se había abatido sobre él desde que su esposa muriera. Un mundo que lo ha castigado injustamente a él que no es más que un trabajador como cualquiera, amable y solidario como cualquiera al decir de sus vecinos, y honesto como cualquiera.
Un hombre que se quedó solo cuando comenzaba a transitar hacia la vejez y al que nada bueno le ha ocurrido desde entonces, ni siquiera la posibilidad de poder acceder a lo único material que quizás le dejó su mujer para ayudarlo en su injusta situación actual: una casi insignificante pensión de sobrevivencia derivada de lo que ella había acumulado en su fondo de pensiones después de trabajar hasta el fin de sus días.
Lo que salió a buscar esa mañana Marco Antonio Solís era algo de justicia en un mundo que para él se había tornado totalmente injusto.
"No le alcanzaban para nada"
Pasado el mediodía entró a la sucursal de la AFP que administraba la entrega de esa pensión de sobrevivencia, tomó un número e hizo la espera acostumbrada y logró finalmente que una ejecutiva lo atendiera.
Probablemente pidió primero que se le hiciera entrega del monto completo de esa pensión o lo que quedaba de ella, un millón de pesos, y no en las cuotas necesariamente ínfimas que se le entregaban cada mes; cuotas, quizás explicó, que a un desempleado de cincuenta y cinco años con pocas esperanzas de volver a encontrar empleo simplemente no le alcanzaban para nada. La ejecutiva, que como muchas ejecutivas y ejecutivos detrás de ventanillas o escritorios no tenía mucha capacidad de ejecución, le explicó que esa posibilidad escapaba a su decisión y a la decisión de su AFP, que era la ley la que obligaba a entregar esa pensión en cuotas.
Entonces, quizás, Marco Antonio pidió primero por favor que lo comprendiera; luego es posible que rogara y que luego terminara a gritos, pidiéndole a la ejecutiva y al mundo que lo entendieran o quizás que se apiadaran de él.
Hasta que hizo lo que tal vez sabía que iba a hacer desde que salió de su casa con esos modestos, pero peligrosos igual, cuchillos de cocina: amenazó. Y amenazó con un cuchillo en la mano y gritó exigiendo lo que pensaba era suyo, pero con un cuchillo en su mano.
Y así se convirtió en un delincuente.
Y así también tuvo la atención que pedía a los demás. Pero no la que él reclamaba, la que exigía comprensión a sus problemas. Solución a sus problemas.
No. Por unas horas Marco Antonio estuvo en los canales de televisión y en las ondas radiales, seguramente también en las redes sociales, pero no para mostrar la realidad de un hombre abandonado a su suerte por una sociedad que no es capaz de comprender, ni siquiera de enterarse, de lo miserable que puede llegar a ser la vida, la existencia misma, para algunas personas amenazadas por la pobreza y la soledad… Y por la incomprensión de un sistema legal absolutamente incapaz de advertir la tristeza de algunas pequeñas vidas e insiste en no aceptar entregar de una vez y no en cuotas irrisorias, una pensión que en el caso de Marco Antonio era todo el legado material que una mujer dejaba al que en vida había sido su hombre.
Secuestro
Nada de eso se vio porque lo que mostró por un día o dos la prensa y vimos los chilenos, fue el despliegue casi cinematográfico de la policía cubriendo el sitio de lo que se había convertido en un secuestro -incluso con un francotirador que fue fotografiado desde distintos ángulos y en distintas poses- así como la existencia de negociadores y la angustia de los compañeros de trabajo de la ejecutiva que ahora era víctima de ese secuestro.
También vimos, horas más tarde y en los días siguientes, fotografías e imágenes televisivas de un delincuente, uno más, saliendo esposado del lugar en el que consumó su delito.
Por momentos, todas esas imágenes parecían un remake de la película del año 1993 Un Día de furia, con la brillante actuación de Michael Douglas aunque el sentimiento que se apoderó de nuestro Marco Antonio Solís se asemeje más a la película John Q, del director Nick Cassavetes, interpretada por Denzel Washington, donde un padre recurre a medidas desesperadas como atrincherarse en un hospital y tomar de rehenes a los médicos y funcionarios para obtener un corazón para su hijo después que el seguro médico se lo había negado.
Fin de la relación
Es posible que para muchos de nosotros termine aquí la relación que por un día o dos tuvimos con Marco Antonio. Que deje de existir, de ser parte de nuestras vidas de la misma manera que no son parte de nuestras vidas muchos, muchísimos Marco Antonio, hombres y mujeres con los que quizás nos cruzamos en alguna calle o nos acompañan en algún tramo del viaje en autobús, sin reparar ni en ellos ni en su existencia.
Pero también es posible que nos conmueva; que llegue a preocuparnos más que el último escándalo protagonizado por un famoso o por los dimes y diretes que se cruzan en víspera de una elección o por ese juego bastante tóxico en ocasiones que se han convertido las redes sociales.
También es posible que nos lleve a preocuparnos un poco más por nuestros semejantes y, quizás, que nos lleve a orientar nuestras vidas por ese sentimiento, que nos lleve a ser más solidarios y a exigir de la sociedad, sus instituciones y autoridades, más solidaridad y más comprensión de la realidad de las pequeñas vidas, que son tan importantes como las vidas de los importantes y famosos.
Porque Marco Antonio Solís, que fue famoso por un día, y sin duda no solo volverá al anonimato, sino que al total abandono por parte de la sociedad. A diferencia del final del film de Denzel Washington, Marco Antonio Solís no despertó la empatía colectiva ni logró el apoyo de toda una ciudad.