A cinco años del estallido social
Hace cinco años Chile vivió un estallido social, prácticamente sin parangón, aunque con antedates en nuestra historia republicana entre los 30 y los 70. Definamos estallido como un fenómeno generalizado de acción directa de la ciudadanía que responde a un descontento acendrado y persistente y que anhela desordenadamente "justicia, igualdad y participación".
Las manifestaciones violentas que conllevó el estallido del 2019 fueron durísimas. Especialmente los incendios de instituciones y del metro en Santiago y también asaltos y siniestros en plazas de muchas ciudades de Chile. Se vivió un clima de marcada ingobernabilidad. El Presidente (Sebastián) Piñera señaló que estábamos en guerra y el general Iturriaga en intervención memorable replicó que no estaba en guerra con nadie.
La violencia inusitada y casi sin precedentes copa en ocasiones el análisis, desatendiendo las causas basales de dicho movimiento social. Es un error conceptual desconocer las causas estructurales, las que de mantenerse sin cambios importantes llevaría a una dolorosa repetición de estallidos futuros. Aun así es especialmente grave la "violencia inexplicada" en el metro, de por lejos un servicio público enormemente valorado por la ciudadanía. Cuesta creer que ello sea el mero resultado de "anarquistas o de espontánea" y las últimas investigaciones amplían las responsabilidades eventuales.
Con todo, ya el 25, a solo una semana, Santiago vivió la manifestación más grande de su historia. 1.200.000 personas se congregaron, con enorme participación familiar y de descontento organizado y con incidentes menores. Sin embargo, muchos actos de violencia continuaron, aun a pesar del amplio acuerdo político parlamentario del 15 de noviembre que estableció un calendario constitucional.
El covid emergente con su enorme impacto en la vida cotidiana y los ejercicios constitucionales fallidos, no hacen sino agregar a esta historia frustración y desilusión. Es muy increíble el modo en el que, en dos eventos sucesivos, los extremos del espectro político desperdician la posibilidad de construir consensos fundamentales. Todo ello ha contribuido a una falta de reconocimiento ciudadano hacia la política y sus instituciones. Chile sigue viviendo una fase de desarrollo extremadamente difícil.
Habría que avanzar en dialogar, acordar y resolver algunas cuestiones elementales como el mejoramiento de las pensiones, la acción urgente hospitalaria, las mejoras educativas, el crecimiento y el empleo. La idea de que los problemas de la democracia se resuelven con más democracia está al debe. También ojo con la violencia, la estridencia de asaltos, portonazos y acción del crimen organizado, y la violencia de las asociaciones corruptas en el ámbito institucional. Actuar respecto de esas dos violencias, se hace indispensable.