Día de la solidaridad
Fernando Ramos , Arzobispo de Puerto Montt
El próximo domingo 18 de agosto se celebra en Chile el día de la solidaridad. Fue en 1994 cuando el Congreso Nacional instauró esa fecha para recordar la importancia de la solidaridad en el seno de nuestra sociedad. ¿Por qué el 18 de agosto? Porque 42 años antes, el 18 de agosto de 1952, el P. Alberto Hurtado Cruchaga, S.J., moría producto de un cáncer agresivo, después de una vida en la que luchó permanentemente por la justicia social y por la dignidad de las personas en situación de pobreza y vulnerabilidad. Casi contemporáneamente, el 16 de octubre de 1994, el Papa Juan Pablo II lo beatificó y posteriormente, el 23 de octubre de 2005, el Papa Benedicto XVI lo canonizó.
La vida y la obra de San Alberto Hurtado son ampliamente conocidas en nuestro país: varios libros y artículos han sido escritos, incluso una telenovela fue filmada y transmitida por un canal de televisión.
Siempre llama la atención a la gente la generosidad y altruismo con el que algunas personas se destacan, consagrando su vida o parte de ella por el bien de los demás; sorprende la donación de sí mismos por otras personas o al menos para que otros mejoren sus condiciones de vida, aunque sea por un tiempo, o al menos que tengan un apoyo o ayuda cuando sufren condiciones de extrema gravedad o abandono. Por eso, es relevante preguntarse ¿qué mueve a las personas a ser generosas y ayudar a los demás? ¿cuál es su motivación interior? ¿es posible realmente la generosidad o hay otros intereses menos altruistas en quienes toman la bandera de los más pobres o vulnerables?
Para algunos, los pobres y los que sufren son una excusa apropiada para poner en evidencia las contradicciones de la sociedad. Para otros, pueden ser un trampolín para hacerse conocidos y así aspirar a tener mayor relevancia en la sociedad. Para Alberto Hurtado, sus motivaciones eran distintas.
Él siempre fue muy transparente y coherente para expresar qué lo movía. San Alberto veía en los más pobres, en los niños debajo de los puentes del Mapocho y en los moribundos, a Cristo que padecía una y otra vez su pasión y su muerte en cruz. No se engañaba ni engañaba, pues padecía el dolor ajeno como algo propio, llegando incluso a sufrir los dolores de una enfermedad implacable que lo llevó a su muerte.
En definitiva, Alberto Hurtado, discípulo de Jesucristo, vivió la caridad hasta el extremo, identificándose con él, haciéndonos ver que la única solidaridad que cuenta es la que brota de la caridad que pone su atención genuina y desinteresada en el que sufre.