El estallido social
El 18 de octubre no puede ser leído en clave izquierda/ derecha, que es lo que vemos hasta hoy. La protesta se satanizó por la violencia, pero se olvidaron las demandas.
Este año -en octubre- se cumplirán cinco años del estallido social, un evento que marcó indiscutiblemente estos años y cuya lectura sigue teñida más por las pasiones ideológicas que por un afán intelectualmente honesto al momento de abordarlo.
Ciertamente, el fenómeno no es el despertar de un Chile que se autopercibe como una víctima del sistema, tal cual lo hizo creer parte de la izquierda, en particular los sectores más extremos, pero tampoco es una ola simplemente delictual y orquestada, de acuerdo a lo que precisan y han repetido los sectores más conservadores. Tampoco es que el estallido social carece de todo lo anterior, pero no parecen ser estas las causas elementales de un hito cuya sombra nos acompaña hasta nuestros días. Sin el 18 de octubre de 2019, Gabriel Boric no estaría sentado en La Moneda, no habríamos tenido ni una discusión constitucional ni la fragmentación política y menos una expansión de los extremos de derecha e izquierda.
Lo complicado del estallido es que las causas del mismo, asociadas a la modernidad y sus efectos, a las expectativas económicas, la anomia, la crisis de la política, el individualismo, en resumen, por las complejidades del ser humano y tipo de sociedad que hemos desarrollado, no están resueltas ni estudiadas.
Hoy todo pasa por el desencuentro político ideológico y nada por indagar en las razones del descontento que siguen presentes. Tampoco se trata de un fenómeno criollo. El mundo está caliente y los "estallidos" están sucediendo en muchas partes del planeta con distintas formas; esa es la diferencia. Veamos EE.UU. o Europa, donde los mapas están modificándose por completo.
Pensiones, libertades, comunidad y ciertas certezas mínimas, aparecen como ciertas condiciones mínimas para el mundo incierto de hoy.
Si no hay una revisión valiente, que supere las trincheras, será imposible crear un futuro que convoque a las mayorías y seguiremos entrampados en una lectura que solo piensa en el pasado y no en los inmensos desafíos que se vienen y que requieren de consensos elementales.
Habrá que concluir que lo más severo del estallido es que fue la cúlmine del fracaso de la política, del diálogo y del encuentro, mismo momento en el que nos encontramos -lamentablemente- en la actualidad.