Una indolencia irritante
Durante el mes que acaba de terminar, varias escuelas de Puerto Montt suspendieron sus clases. Por días o por semanas, pero a niñas y niños de nuestra ciudad simplemente se les negó, así fuera por un breve período, su derecho a la educación. La Escuela Argentina suspendió sus clases por "desratización" (sí, leyó bien, las ratas terminaron por no permitir las clases); la Escuela España las suspendió por falta de calefacción (de nuevo debo advertirle que leyó bien: falta de calefacción en una ciudad en la que el frío y la lluvia son parte del paisaje y desde tiempos inmemoriales se sabe que nuestros inviernos son fríos, duros, lluviosos y que se prolongan por varios meses).
La Escuela Padre Hurtado también debió suspender sus clases por falta de calefacción; la Escuela Maillen Puqueldón, de Isla Maillen, suspendió por "problemas de infraestructura" y la Escuela Alerce Histórico las suspendió por un sorprendente problema de "convivencia escolar", que lleva a pensar en situaciones terribles que no han sido aclaradas.
Algunas, muy pocas, autoridades reaccionaron por una vía regular y es posible que todavía estén reuniendo antecedentes.
La prensa -este mismo diario- dio cuenta del problema con la seriedad que merecía. Quienes no reaccionaron para nada fueron quienes acostumbran a reaccionar airadamente frente a otros problemas relacionados con el sistema educacional, aunque -hay que decirlo- no con las niñas y niños que estudian.
Me estoy refiriendo a todos los políticos que han construido su carrera exigiendo una "educación pública gratuita y de calidad", pero que, en este caso, que significaba la negación -ya lo dije, así fuera por unos días- del derecho a la educación de niñas y niños de nuestra ciudad, no dijeron nada y probablemente ni siquiera se enteraron que el problema existía. Y si se enteraron, simplemente al parecer no les importó. No organizaron marchas, no salieron a protestar, y no se escuchó ningún cántico exigiendo que se respete el derecho de los niños y niñas a ser educadas.
Me estoy refiriendo también al Colegio de Profesores, siempre dispuesto a protestar incluso con la huelga por problemas que afectan… a los profesores, pero no por los de aquellos a quienes ellos deben educar y cuyas escuelas fueron cerradas por problemas tan poco conspicuos como las ratas o el frío.
Prevenibles
Porque esos problemas, aunque serios, son absolutamente prevenibles. Ni las ratas ni el frío, ni la infraestructura de los establecimientos son cuestiones que se hagan presente sólo cuando las clases comienzan. Al contrario, existe la obligación legal de las autoridades responsables de prevenirlos y solucionarlos a tiempo, así como la obligación moral de los profesores y de los padres y apoderados de advertirlos para que sean solucionados sin tener que dejar a esos niños y niñas sin clases. Sin tener que negarle su derecho humano y constitucional a la educación.
Y lo que es más grave o quizás más doloroso: ni esas personas o instituciones, ni otras están obligadas como ellas a reaccionar, como la Secretaría Regional Ministerial de Educación o los parlamentarios de la región, protestó, reclamó o exigió que acabara la interrupción de las clases cuando ella se produjo. Ninguna de ellas exigió tampoco que se explicara por qué ocurría.
¿Cuál ha sido la declaración del defensor de la Niñez, frente a esta obvia y evidente vulneración del derecho a la educación de cientos de escolares puertomontinos?
En realidad, nadie protestó.
¿Pero cómo es posible que nadie o casi nadie dijera nada? Si se trata del tema más importante de cualquier sociedad, de cualquier grupo humano. ¡La educación de las nuevas generaciones!
O es que acaso el manifiesto "los niños están primeros", ¿era sólo una linda consigna?
Es verdad también que penosamente es muy poco lo que los puertomontinos esperan del actual liderazgo municipal, principal responsable de nuestra educación pública. Por ello también su silencio es más evidente.
Interés social
Ese silencio de los puertomontinos, esa indolencia, en general, pareció reflejar una indiferencia que antes no estaba presente entre nosotros. La gente del sur se ha caracterizado siempre por su interés social, por su capacidad de movilizarse solidariamente por causas que los afectan a todos y en esta oportunidad, sorprendentemente, parecieron quedarse impávidos ante una situación que todos deberíamos considerar importante.
Eso es lo verdaderamente preocupante, lo verdaderamente doloroso. ¿Es que hemos cambiado tanto? ¿Es que ya no nos preocupamos por esos problemas de todos y sólo nos preocupamos de lo personal, de lo que sólo me afecta a mí? Quisiera poder decir que no, pero hay tantas evidencias de que precisamente eso está ocurriendo, que no puedo más que dudar. Y no sólo de nuestra gente, de la gente del sur. No puedo dejar de ligar ese episodio, que nos afecta a nosotros, a quienes vivimos en Puerto Montt y en la Región de Los Lagos, con lo que ocurre en el resto del país.
Pero también es una señal de advertencia para todos nosotros. Para todos los chilenos. Es la señal que nos obliga a reaccionar frente a lo que nos está ocurriendo. A rechazar el individualismo que nos niega como parte de una comunidad que es más grande e importante que cada uno de nosotros.
Una señal que nos convoca a volver a ser uno, gigante y solidario, y no muchos pequeños y egoístas.
¡Porque tanta indolencia, definitivamente puede ser muy irritante!