Ya sabemos lo que quiere Kast, ¿qué
Desde la elección del Consejo Constitucional, y su posterior derrota el 17 de diciembre último, José Antonio Kast, el candidato natural de la ultraderecha chilena, se abstuvo de emitir opiniones políticas sustantivas y mucho más de sugerir cuál es el programa o el modelo político que ofrece al país. Nadie podía decir qué quería Kast para Chile.
Pero el misterio, finalmente, se dilucidó. José Antonio Kast le acaba de comunicar al país cuál es su modelo político, aunque, claro, lo hizo muy a su estilo, no directamente, sino como un mensaje oblicuo destinado probablemente a la gente que cree, que piensa y siente como él. El procedimiento fueron los viajes, probablemente de estudio. Primero fue a El Salvador, a aprender de Nayib Bukele. En particular, se mostró interesado por las técnicas desarrolladas por ese Presidente centroamericano para encarcelar multitudes y mantenerlas encarceladas. Se sacó y distribuyó fotografías de las diversas etapas de su visita a la "súper cárcel" construida por el señor Bukele. Y luego viajó a Hungría, a visitar y aprender del régimen político del señor Víktor Orbán, el Primer Ministro de ese país que se ha mantenido en el poder desde 2010, luego de haber rediseñado los distritos electorales para obtener resultados favorables en las elecciones.
Su gobierno modificó la Constitución para, entre otras cosas, eliminar el artículo que establecía para las mujeres un salario igual para un trabajo igual al de los hombres. Es el mismo señor Orbán que en 2018 fue sancionado por el Parlamento Europeo por limitar la libertad de expresión, de investigación y de reunión, por destituir a jueces independientes, reprimir a organizaciones no gubernamentales y por violar los derechos de las minorías y de los refugiados.
Posteriormente, nos enteramos de que uno de los objetivos del viaje de Kast a la tierra de Orbán fue para participar como expositor junto a otros iguales a él, en la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC), que tuvo lugar este fin de semana en la capital húngara. Allí hablaron Kast, Santiago Abascal, del VOX español; Gert Wilders, líder del Partido por la Libertad holandesa; el diputado brasileño Eduardo Bolsonaro y desde luego Orbán, el dueño de casa.
Gobiernos "iliberales"
En la anterior CPAC, que se realizó en Estados Unidos, habían hablado Trump, Bukele y Milei. Orbán, como también Bukele y otros líderes conservadores, han sido electos por medios democráticos en sus países, aunque luego han aplicado políticas reñidas con los derechos humanos y han manipulado esas mismas normas democráticas (no han faltado a ellas, las han manipulado) para lograr su reelección, en el caso de Orbán ya casi de manera indefinida. Califican en la categoría que el analista estadounidense Fareed Zakaria ha definido como gobiernos "iliberales", esto es, que respetan las normas de la democracia liberal a objeto de ser electos, para luego hacer políticas no compatibles o no completamente compatibles con esa democracia.
Ese es el modelo que Kast le ofrece a Chile. Nada que reprocharle desde luego. Más bien es de agradecer su franqueza al mostrar sin dobleces qué es lo que busca y a qué deberíamos someternos si una mayoría de chilenas y chilenos llegara a elegirlo Presidente en algún momento del futuro.
Lo que sí resulta digno de todos los reproches es la actitud de la derecha democrática ante Kast. Porque uno confiaría en que esos partidos de centroderecha, que han participado del juego democrático desde que terminó la dictadura, ahora podrían presentarse como una alternativa confiable a la posible continuidad del débil e inoperante gobierno actual o al iliberalismo que nos ofrecen Kast y los partidos situados a su derecha. Sin embargo, algunas actuaciones recientes mueven a pensar que no son capaces de mostrarse como una verdadera alternativa a este último y se los puede ver correr detrás del sonido del cencerro que él y sus partidarios hacen sonar cada vez que se les antoja.
El último y más penoso episodio fue el apoyo de los parlamentarios de Chile Vamos a la absurda presentación de una moción de censura en contra de la mesa de la Cámara de Diputados, prácticamente antes de que esta mesa llegara a constituirse. No está claro y nunca llegará a aclararse por qué lo hicieron. Más clara, desde luego, está la razón de la ultraderecha para hacerlo: procedieron de esa manera porque no soportan que una militante del Partido Comunista asuma la presidencia de la Cámara y actuaron en consecuencia con lo que son, al estilo Orbán, usando el mecanismo de la censura cuando todavía no había nada que censurar. Mejor se hubiesen censurado ellos mismos, porque no fueron capaces de reunir los votos necesarios para elegir una mesa a su gusto. Y la misma crítica es aplicable a la centroderecha.
Espacio de centro
Con su torpe actitud de tratar de derrocar a la mesa sólo por "picados", lo único que lograron fue consolidarla y en una semana obtuvo dos votaciones favorables. Si ya la oposición de derecha había demostrado su ineptitud política en la primera votación, con la segunda sólo la confirmó. Lo penoso es que en esa calificación de ineptitud es imposible, hoy, no incluir a la centroderecha, que siguió inexplicablemente al extremismo derechista en su obcecada actitud.
Esa centroderecha, y sobre todo quien a todas luces va a ser su candidata presidencial, deben entender que si quieren sintonizar con la mayoría del país, deben terminar de abandonar actitudes extremistas que inevitablemente llevarán a que se la asocie con el autoritarismo y las tendencias iliberales que tienden a proliferar en el mundo.
Pero Chile, afortunadamente, no es así. La más reciente versión de la Encuesta Bicentenario de la Universidad Católica, cuya principal virtud es que es posible hacer un seguimiento del pensamiento de las chilenas y chilenos a lo largo de los años, nos muestra entre otras cosas que, si bien en nuestro país se busca firmeza, autoridad y que las cosas se hagan bien, también es una sociedad más liberal, más tolerante con la diversidad sexual y con la ampliación de los derechos de todos quienes habitan en nuestro territorio.
Si de veras quieren ser una opción presidencial el año próximo, deben tenerlo presente. El autoritarismo de los Orbán, el despotismo de los Trump y la obsesión carcelera de los Bukele, están bien para Kast. ¡Eso es lo que él quiere para Chile!
Pero Chile requiere volver a reconstruir ese gran espacio de centro que permitió tener las tres mejores décadas de nuestra historia. Es hora que la centroderecha retome conciencia de aquello y que a partir de ahí, se haga parte de un proyecto que se aleje explícitamente de las prácticas iliberales que a Kast tanto parecen gustarle. Un espacio que sin desmerecer las legítimas diferencias de las sociedades complejas, delimita unas reglas del juego claras y mayoritariamente compartidas: democracia representativa, Estado de derecho, libertades públicas, entre otras. No está demás recordar que la historia, y en particular nuestra historia reciente, es pródiga en ejemplos que cuando los sectores más moderados o responsables callan o se dejan arrastrar por liderazgos que dan respuestas fáciles a temas complejos, en ocasiones son caminos sin retorno.