Violencia en los colegios
El apuñalamiento que sufrió un estudiante en Puerto Montt es sólo un síntoma de un virus que está corroyendo al sistema.
Con los años, y cada vez de forma más acelerada, un virus silente, en extremo contagiante, dañino, se ha ido esparciendo en los colegios del país. Uno que no reconoce diferencias territoriales, ni sociales, ni económicas. Allí donde encuentra un huésped dispuesto, débil y fácil de controlar, invade, y en una obra casi de demolición, va modificando el cuerpo para usarlo como cabeza de playa para sus siguientes arremetidas, siempre corrompiendo el alma de espacios que deberían ser templos para la curiosidad, asombro y lecciones de vida para un futuro que todos esperan.
Es el virus de la violencia escolar, que avanza de modo inexorable en una sociedad que con sus propios males, sus propias renuncias y abandonos, ha propiciado un campo fértil para que las diferencias se salten las mediaciones, para el puntapié discreto, el puñetazo alevoso, el tuiteo lacerante, el arma blanca que sale de su escondite para imponer los términos del odio y el desprecio. La enfermedad de la violencia escolar se ha expandido sin freno, ahora testimoniada, además, por videos grabados por otros estudiantes y viralizados en espiral, porque así lo demanda el olimpo de las redes sociales.
Puerto Montt también ha sido testigo de esto. A los recientes episodios de violentas peleas al interior de establecimientos educacionales ocurridas este año y con abundante registro visual, se sumó la semana pasada el apuñalamiento que sufrió un alumno del Instituto Comercial, a manos de un compañero. Ahora, el agredido se recupera en el hospital y el victimario enfrenta un proceso judicial. Dos vidas que por años quedarán marcadas por este episodio.
Este virus no surgió de generación espontánea. Se fue formando lentamente en una sociedad laxa, donde los deberes se fueron desdibujando, donde la delincuencia marca los ritmos y donde la violencia política, hay que decirlo, campeó a sus anchas porque no hubo suficientes fuerzas para condenarla.
La violencia escolar ya está instalada en los colegios. A veces se la logra contener, merced a comunidades que hacen lo posible, pero basta un impulso, un estímulo cualquiera, para que la presión salga por algún lado. La cura no está sólo en los colegios. Está sobre todo en la sociedad y en una clase política que debiese ser faro inspirador para todo el país.