¿Qué tan lejos queda Perú?
Los chilenos vivimos mirando a Argentina y dando la espalda a Perú. Quizás creemos que nos parecemos más a los argentinos que a los peruanos o es que queremos parecernos a los argentinos -sobre todo a los porteños- y no a lo que creemos que son los peruanos. Sin embargo, basta con escarbar un poco en nuestros pasados y mirarnos a las caras para ver que, con Perú y con su historia, tenemos mucho en común. Tanto o más que con Argentina, por cierto. En el norte -y no sólo en la frontera, sino desde Antofagasta hacia arriba- compartimos palabras y orígenes étnicos. Nuestros "aristócratas" de origen criollo tienen los mismos apellidos que los aristócratas peruanos y nuestro pueblo mestizo no se diferencia en nada del peruano. Somos, a pesar de lo que quizás esa misma aristocracia pretendió hacernos creer por años, indefectiblemente tan latinoamericanos como lo son ellos.
Y una prueba es lo que ocurrió durante la semana. Y deseo destacarlo aquí con ustedes, porque, me temo, nuevamente habremos de escuchar voces que intentarán "establecer" la diferencia.
El miércoles de esta semana, el Presidente constitucional del Perú intentó darle un manotazo al poder: disolver el Congreso, declarar en reestructuración el Poder Judicial y gobernar por decreto, mientras anunciaba de forma vaga que en el futuro habría de recomponerlo todo. Intentó, en suma, un golpe de Estado. Hace algunos años, Fujimori hizo exactamente lo mismo y le fue bien. A Pedro Castillo le fue mal: el gran juez, las Fuerzas Armadas, en el primer caso apoyaron al golpista y en el segundo no. Esa misma tarde, el Congreso le devolvió la mano a Castillo y lo destituyó a él. Minutos más tarde, juramentó a la vicepresidenta Dina Boluarte (electa, por cierto, junto con Castillo pero que se desligó oportunamente de su intentona), como nueva Presidenta del Perú. Con ello se completaba la escalofriante cifra de seis presidentes en cinco años, pero, y he aquí la diferencia con otras experiencias de defenestración de Presidentes, esta vez el Congreso tenía la capacidad constitucional de hacerlo. ¿Por qué? Porque para mala suerte de los peruanos, ellos aprobaron hace algunos años una reforma constitucional que estableció un Congreso unicameral con enormes poderes y desde ese momento el Presidente del Perú, bueno o malo (Castillo no parecía ser de los mejores), quedó en manos de ese Congreso. Esta vez le tocó el turno a Castillo, destituido no por su intento golpista (aunque ya se le abrió una causa por el delito de "rebelión"), ni por corrupto (lo que la Fiscalía peruana está estudiando), sino por "incapacidad moral" (la moción había sido presentada antes de su fallido golpe).
¿Se parece a Chile? No, porque el Congreso chileno no tiene las capacidades que tiene el Congreso peruano, pero las habría tenido si hubiésemos aprobado el proyecto de Constitución que los chilenos rechazamos el pasado 4 de septiembre. Es decir, también entre nosotros se piensa que "democracia" es otorgar plenos poderes a un solo grupo de representantes populares, sin contrapesos ni equilibrios. Claro que, aún con esos poderes, una democracia representativa sana no tendría por qué ofrecer el espectáculo de la elección de Presidentes por votación popular para ser a continuación destituidos por parlamentarios electos también por votación popular. Ello ocurre sólo cuando el canal de la representación popular, los partidos políticos, se ven fragmentados a grados que hacen imposible el diálogo y los acuerdos; cuando los partidos dejan de cumplir su rol y dan lugar a una suerte de farándula institucionalizada que admite incluso partidos dentro de partidos; o cuando los instrumentos institucionales son utilizados como armas arrojadizas para obtener pequeñas ventajas. Algo que, debemos admitir, viene ocurriendo en nuestro país de manera semejante a como se ha dado en el Perú durante los últimos años. Entre nosotros proliferan los partidos, tantos que no podemos recordar los nombres de buena parte de aquellos que están representados en el Congreso; desde antes del llamado "estallido social", se comenzó a utilizar la acusación constitucional contra ministros y aún en contra del mismo Presidente sólo para ganar los aplausos de la "calle"; se aprobaron reformas constitucionales como las que permitieron el retiro de fondos de pensiones, también para ganar esos aplausos y a sabiendas que se trataba de medidas que sólo perjudicarían a los propietarios de esos fondos y provocarían los efectos macroeconómicos negativos que ya estamos experimentando. Y, en general, los y las parlamentarias han tenido a bien en devenir en saltimbanquis que "dominan" pelotas de fútbol, danzan disfrazadas, llegan con guitarras a la casa de gobierno, y se insultan groseramente en las comisiones de trabajo, convirtiendo a la política en una penosa farándula.
Porque es cierto que Pedro Castillo cometió un suicidio político, pero es cierto también, que, en ese suicidio, fue asistido prolijamente por los parlamentarios y líderes políticos de su país.
Entonces no, no hay muchas diferencias. Quienes piensen que Perú es un país lejano, deben saber que no sólo es nuestro vecino, sino que se parece mucho a nosotros. Tanto que puede no estar lejano el día en que, así como el personaje de Vargas Llosa se preguntaba "¿cuándo se jodió el Perú?", tengamos que preguntarnos "¿cuándo se jodió Chile?".