Los chilenos quieren un país tranquilo, ordenado, que progrese y que no cambie de un plumazo todo lo que se ha construido, lo que se ha logrado levantar con tanto sacrificio. La gente desea modificar aquello que siente que no funciona bien, pero tomando el debido tiempo para estudiar los asuntos, y de esta manera no cometer los errores del pasado reciente. Este fue un mensaje que se escuchó con mucha claridad cuando se rechazó la propuesta constitucional, y que continúa reverberando hasta el día de hoy entre algunos políticos que comulgan con la sensatez y se toman el debido tiempo para articular un nuevo proceso constitucional. Este es un tema demasiado serio, fundamental, para dejarse llevar por quienes proponen una prisa desmedida, e incluso sospechosa, con tal de partir desde la misma entelequia que ya fuera repudiada.
Se puede decir sin temor a equivocarse que las grandes mayorías son prudentes, que no están contra el sistema como un todo. A esa mayoría silenciosa, le interesa consumir como una forma de incrementar su bienestar personal. Siente que no es un asunto pecaminoso acudir a los malls para comprar, para comer, o simplemente pasar un rato agradable con la familia. Quienes piensan que los chilenos son unos revolucionarios dispuestos a romper con el sistema actual, se equivocan rotundamente. Una cosa es querer realizar cambios para mejorar (pensiones, salud, educación), o tener un país más seguro; otra muy diferente es intentar destruir lo que funciona bien, o bastante bien.
La gran clase media chilena no es ingenua, no comulga con los discursos que demonizan a los que se esfuerzan, a las personas que por su empeño y trabajo han acumulado un pequeño patrimonio, o incluso una gran riqueza. Son millones los compatriotas que han experimentado un auge económico en las últimas décadas, y que están dispuestos a compartir una parte del mismo para ayudar a los que tienen menos. Pero del mismo modo, ellos saben que los políticos que lanzan diatribas contra "los ricos" no van a generar mejores empleos de esta manera; tampoco van a producir aumentos en las remuneraciones. Esto último se logra mediante la implementación de buenas políticas públicas, con un gobierno eficiente y líderes firmes, mentalmente estables, que saben hacer las cosas y que no saltan temerariamente al vacío como proponen algunos, demasiado jóvenes e inexpertos en estas materias.
La prosperidad nacional depende del liderazgo positivo proveniente del gobierno, pero también del esfuerzo personal de cada uno de nosotros. No queremos que se nos agravie cada vez que obtenemos un logro gracias al trabajo honesto y exitoso, como suelen hacer tantos revolucionarios que intentan dominar la escena pública desde la extrema izquierda, o desde otras instituciones de importancia. Todos aquellos que intentan manejarnos con estas tácticas políticas arcaicas, y fracasadas, no entienden que Chile claramente, una vez más, eligió el camino del progreso, la unidad nacional y la paz.