El pasado fin de semana, denominado "XL", porque se extendió durante cuatro días, implicó una intensa movilidad interna de personas en el país y -obviamente- también accidentes de tránsito. De acuerdo a los datos de Carabineros, fueron 918 los siniestros registrados en diferentes lugares del territorio nacional, con un total de 19 personas fallecidas.

Afortunadamente, los índices en general son más bajos que en la misma fecha del año pasado y ahora comenzarán a formar parte de una estadística "positiva", porque un 34% menos de decesos suena bastante bien. Sin embargo, no se debe olvidar que una de las marcas del registro es una verdadera tragedia para quienes las vivieron, por el trauma que implica, las secuelas que dejan y el dolor irreparable de perder seres queridos.

Así visto, está bien destacar los números azules, pero no se puede perder la perspectiva, porque se crea una sensación de falsa seguridad que no ayuda a la prevención real. Lo cierto es que gran parte de esos hechos pudo prevenirse o evitarse. Quizás todos. La conducción sin atención debida a las condiciones de tránsito; la influencia del alcohol y de las drogas; el exceso de velocidad y la imprudencia, son denominadores comunes a la hora de analizar las causas de los hechos. Tales factores no llegan a las escenas de los hechos de manera fortuita, sino por el minuto de descuido, la irresponsabilidad o la falta de conciencia de las personas involucradas, que viven como si fueran inmunes.

Crear conciencia frente a estos hechos e involucrar a muchos actores sociales para enfrentarlos es parte de la campaña Pacto Nacional por la Seguridad Vial 2022, una iniciativa público-privada que involucra a empresas, instituciones y organismos gubernamentales, la cual fue presentada hace algunas semanas por Conaset y elaborada según recomendaciones de Naciones Unidas, siguiendo la ya fijada Estrategia Nacional de Seguridad de Tránsito. En la medida que se acerca el verano, más apremiante, debido al alto flujo de turistas que con toda certeza llegará, que haya mayor conciencia sobre la necesidad de conducción segura y responsable.

Hace pocos días mucha gente fue a los cementerios a visitar las sepulturas de sus familiares y seres queridos. Después de que en los dos años anteriores no podíamos visitar los lugares santos para estas fiestas, ahora los cementerios recibieron a muchas personas con flores, recuerdos y respeto por aquellos que han partido y a quienes tanto les debemos en nuestras vidas. Sin nuestros antecesores, no estaríamos aquí.

Pero también celebramos la solemnidad de todos los santos; es decir, aquellos que han fallecido y que han dejado una herencia maravillosa de fortaleza, fe, amor a los demás y entrega en nombre del seguimiento de Jesucristo. La Iglesia Católica ha canonizado en dos mil años a unos siete mil santos, hombres y mujeres que han vivido en lugares y momentos distintos.

Curiosamente todos son distintos, no hay un santo igual a otro. Hay algunos que murieron cruentamente dando testimonio de su fe cristiana, como san Pedro y san Pablo; otros partieron al desierto para encontrarse con Dios y luchar contra el mal, como san Antonio y san Atanasio. Algunos fundaron órdenes religiosas, viviendo en comunidad con una regla de vida como san Benito y santa Escolástica.

Hubo un momento en que algunos descubrieron la importancia de vivir como mendicantes, predicando la palabra de Dios, como san Francisco y santo Domingo de Guzmán; en tanto otros, a través de sus estudios, profundizaron el conocimiento de la palabra de Dios y el misterio de Dios, como san Jerónimo y santo Tomás de Aquino, o se hicieron misioneros como san Francisco Javier y san Damián de Molokai. Unos fueron Papas, como san Pío X y san Juan Pablo II, otros obispos, como san Francisco de Sales y santo Toribio de Mogrovejo.

Algunos se dedicaron a la educación de las nuevas generaciones, como san Juan Bosco y santa María Mazzarello, en tanto que otros sirvieron a los pobres y abandonados, como san Alberto Hurtado y Madre Teresa. Hay también místicos y místicas como san Juan de la Cruz, santa Teresa de Ávila, santa Teresa de Los Andes y santa Margarita María de Alacoque.

Todos ellos son distintos y originales. Sin embargo, todos ellos tienen algo en común: tuvieron una experiencia de encuentro con Jesucristo que les cambió la vida, se dejaron transformar; y todos ellos después entregaron todas sus capacidades, inteligencia, habilidades y voluntad a servir a Dios por sobre todas las cosas. Su originalidad es fruto del Espíritu Santo. Por eso, la santidad es siempre vigente, siempre posible.

Fernando Ramos Pérez, arzobispo de Puerto Montt

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