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El llanto de la ministra

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La única persona cuya salida del gabinete del Presidente Gabriel Boric era absolutamente segura, era Izkia Siches, quien lloró al dejar su alto cargo. ¿Lloraba acaso por dejar de ser ministra o es que en ese momento había adquirido, finalmente, conciencia de que el estilo político que ella encarnó de manera tan vívida era el que había sido derrotado? ¿Se habrá dado cuenta que esos jóvenes que ella representó con la arrogancia que les es propia, esa arrogancia que la llevó a ella a reírse de los diputados preguntándoles si se "habían pegado en la cabeza" o al ministro Jackson a descalificar a todas las generaciones que les precedieron, situándose desde una superioridad moral, fue la rechazada por casi dos tercios de las chilenas y chilenos?

Si esa es la razón de su llanto, es justificable, porque los otrora altaneros supuestos portadores de la verdad, culturalmente superiores y moralmente vanguardistas, fueron rechazados, derrotados, cultural y simbólicamente por el país que creían representar.

Quienes se pensaban representantes del pueblo fueron derrotados en 338 de las 346 comunas del país, quienes se reclamaban portadores de la voluntad ecologista de la civilización, fueron derrotados en las llamadas comunas de sacrificio; quienes presumían de ser el primer gobierno feminista del país fueron derrotados por las mujeres; quienes creían representar el rechazo al centralismo fueron rechazados en todas las regiones; quienes creían representar a los pueblos indígenas, fueron también derrotados de forma abrumadora por las propias comunidades indígenas.

Primera derrota

Además, es necesario señalar que la actual generación que nos gobierna, sufre su primera derrota en su rápido y ascendente llegada al poder y ya sabemos, porque la vida así nos lo enseña, que las derrotas siempre son necesarias para fortalecer el carácter y para ser más humildes.

El cambio de gabinete, aquel que abandonó entre lágrimas la ex ministra Siches, parece ser revelador de un cambio en esa mentalidad que el domingo fue derrotada. La noche misma de la derrota, el Presidente Boric habló de escuchar la voz del pueblo y al día siguiente, a primera hora, encargó a los presidentes de la Cámara de Diputados y del Senado que organizaran el proceso que debe llevar al Congreso a decidir las formas que adoptará la elaboración de una nueva Constitución.

Ese proceso se inició el miércoles y es de esperar que avance con la celeridad que Chile demanda. De igual manera, el martes procedió al cambio de gabinete y la nueva conformación de éste habla de un giro hacia posiciones más dialogantes y, es de esperar, de búsqueda de consensos con el conjunto de las fuerzas políticas que componen nuestra democracia. Esa es, por lo menos, la sensación primera que deja la incorporación de figuras de centroizquierda que tienen toda la experiencia y toda la capacidad de diálogo que no poseían quienes dejaron sus puestos.

Es posible que las formas no hayan sido las mejores y que hasta el último momento ese cambio haya puesto en evidencia la desprolijidad y falta de profesionalismo al que ya comienza a tenernos acostumbrados el Gobierno.

Como otras veces, creo que hay que soslayar esos detalles y otorgar a la nueva actitud que comienza a ofrecernos el Presidente Boric, toda la confianza que exige un proyecto que parece recién comenzar esta semana, luego de desperdiciar seis meses tratando de sacar adelante las cosas con un gabinete repleto de desprolijidades y apoyando un proyecto de Constitución refundacional que era de suponer que las chilenas y chilenos no iban a aprobar.

Una mayoría tan abrumadora como la que se manifestó el pasado domingo, no merece de quienes nos unimos para rechazar una mala Constitución, gestos de mezquindad. La mayoría de quienes rechazamos dijimos que lo hacíamos porque queríamos una buena nueva Constitución. Es la hora de contribuir a que ello sea posible y esa es una tarea de todas y todos quienes habitamos nuestro país.

Una tarea que esperamos que encabece nuestro Presidente, sobre todo ahora que, bañadas en lágrimas, comienzan a abandonar el Gobierno algunas de las personas que no facilitaban el diálogo y la unidad.