La guerra desatada por Rusia no hace más que poner de relieve las tensiones entre Occidente y Asia, principalmente con China, y los retos a los que se enfrenta todo intento de armonizar los futuros intereses económicos y políticos entre ambos. Se llegó a un punto de inflexión en la geopolítica global, como lo expuso Samuel Huntington, primero en su artículo de 1993 y luego en el libro "El choque de civilizaciones". Esta es ahora una realidad que afectará al comercio, los productos básicos y los mercados financieros de manera dramática e impredecible, y por cierto a la política internacional. Rusia ha comenzado una avalancha. Sus consecuencias recién las estamos comenzando a sentir.
La situación es mucho más complicada que en los años 90, cuando Huntington acuñó el término. La tecnología ha avanzado. En 2022 debemos añadir factores que contribuyen al entorno volátil, incierto, complejo y ambiguo en el que vivimos: la inteligencia artificial y el "big data" (nuevas formas de intervención y propaganda), la guerra cibernética, las nuevas armas inteligentes, los populismos, etcétera. Frente a estas amenazas, las estructuras y modelos de estrategia política, de riesgo económico y de inversión, son insuficientes para hacer frente a los desafíos implícitos en un mundo cada vez más difícil y digitalizado.
Viendo lo que sucede en Ucrania, se observa que ha surgido una intención hegemónica de parte de Rusia, cuyo homólogo militar y expansionista sería China, creando un campo de batalla ideológico y de cambios geopolíticos de características tectónicas. Tenemos un sistema capitalista occidental debilitado por el covid-19, pero aun así dominante en el mundo de las finanzas y la tecnología. Al enfrentarse con China, y ahora con Rusia, intentará mantener una postura unitaria y fuerte ante al modelo chino de socialismo -muy propio y singular-, el cual ostenta una clara visión estratégica de gobierno alternativo, agresivo, expansivo. No es de extrañar que los líderes empresariales occidentales se vean atrapados en la encrucijada de estas ideologías en conflicto. Por ahora priman las sanciones generales contra Rusia, por ser el país claramente agresor. Sin embargo, el futuro se ve bastante incierto y las posturas unificadas de Occidente serán difíciles de mantener.
Beijing es consciente de que las multinacionales occidentales desean beneficiarse del mayor mercado de consumo creciente del mundo, que, a diferencia de India o Indonesia, ya cuenta con una infraestructura de primera clase. Las empresas de servicios financieros occidentales están desesperadas por aprovechar el enorme potencial de los mercados de capital de China. Entonces, ¿por qué iban a resistir u oponerse a la presión ejercida discretamente, o incluso de forma bastante abierta, para cumplir con los requisitos chinos? El mensaje del gigante asiático es claro: si quieren estar en nuestro mercado, deberán seguir nuestras reglas y criterios, incluso cuando parezcan directamente opuestos a los estándares occidentales de gobernanza, derechos individuales y democracia.