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"Sentados frente al mar": 20 años como patrimonio local

Mientras avanza la remodelación de la Costanera de la capital regional, una escultura permanece impávida, sabiendo que ya tiene un espacio ganado frente a las antiguas y nuevas. Se trata de la también llamada "Los Enamorados" , del artista Robinson Barría, la que simboliza la cambiante identidad de los puertomontinos.
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Las esculturas instaladas en los espacios públicos son verdaderos símbolos de nuestra cultura. Para el antropólogo estadounidense Clifford Geertz (1973) estas son un "sistema de concepciones expresadas en formas simbólicas, por medio de las cuales la gente se comunica, perpetúa y desarrolla su conocimiento sobre las actitudes hacia la vida".

De acuerdo al Consejo de Monumentos Nacionales (CMN), en Chile hay 516 esculturas declaradas como monumentos públicos, lo que no es una cifra menor. Sin embargo, muchas de ellas reflejan la ambivalencia de nuestra alma nacional, pues responden a una visión muy sesgada de la historia de Chile, la que intenta homogeneizar la cultura de todos los rincones del territorio nacional.

Puerto Montt no es la excepción. La mayoría de sus monumentos públicos son los mismos que hay en todo Chile: el capitán Arturo Prat, el teniente Hernán Merino, el general Bernardo O'Higgins, el general Dagoberto Godoy, el capitán Ignacio Carrera Pinto o Gabriela Mistral. Los más pertinentes a nuestro territorio son sólo dos: los que rinden tributo a la memoria del padre de la colonización germana, Vicente Pérez Rosales, y otro que representa el inicio de ese proceso, instalado en las inmediaciones de la plaza de armas, el lugar más visible.

Una señal de las profundas contradicciones de nuestro país que explotaron el 18 de octubre de 2019, fue posible avizorar en Puerto Montt unos pocos meses antes. La reconocida estatua 'Sentados frente al mar', del escultor local Robinson Barría, instalada a pocos metros de la Plaza de Armas, quería ser trasladada por el seremi de Vivienda a otro lugar, porque muchos consideraban que era demasiada 'fea' para la remodelación que se proyectaba en la costanera.

El día de la consulta pública, su autor desafiaba a las autoridades convencido de que la opción de dejarla iba a ganar, lo que se ratificó el 12 de agosto de 2019 con una sorprendente participación masiva de 48.754 personas, las que vía on line y presencial votaron por ella, con un aplastante 64,6%.

Robinson Barría Montalva nació en 1961 en Puerto Varas. Su padre, Evi Barría Cárdenas -profesor normalista de 94 años- es originario de Chiloé; su madre -Marina Montalva Paredes- del pueblo de Río Frío, en la ruta del Camino Real, construido por los hacheros chilotes. Junto con sus cuatro hermanas, se trasladaron a vivir a Puerto Varas en los años 50, combinando la docencia con el arte y con cabañas para el turismo. Ese espíritu familiar lo inspiró para participar en un concurso nacional que organizaba Revista Paula, la que en su edición de 1967, cuando él tenía sólo seis años, lo premió publicando su dibujo en un afiche.

Como niño y joven siguió cultivando el arte a través del grabado en madera. Egresó del Liceo Industrial de Puerto Montt y a pesar de que intentó estudiar Construcción Naval en Valdivia, finalmente su vocación se impuso, titulándose en 1987 como profesor de Artes Plásticas en la Universidad de Playa Ancha en Valparaíso. En esa época, participó activamente en la resistencia a la dictadura cívico-militar (1973-1990).

A los pocos años de volver a su tierra, sintió la necesidad de recorrer América Latina viajando por Argentina, Bolivia y Perú. Sin embargo, el país que lo marcó definitivamente en cuanto a su proyección monumental fue Ecuador, ya que su capital -Quito- en 1978 había sido declarada Patrimonio de la Humanidad. Allí, la municipalidad lo contrató como escultor y aprendió las técnicas necesarias en cemento para plasmar su trabajo futuro.

Después de dos años, regresó a Chile y a Puerto Varas, donde pudo ganar varias veces proyectos Fondart vinculados a la gestión cultural, especializándose en temas indígenas desde 1991 cuando 'su mundo se reordenó completamente'. Sin embargo, uno de los temas que lo perseguía desde su periplo por los países vecinos, era "recrear la imagen internacional que hizo popular a la ciudad de Puerto Montt" como él mismo escribió en el proyecto que presentó a la Municipalidad, ya que la gente la reconocía por la canción homónima del grupo uruguayo Los Iracundos, estrenada en octubre de 1968, en el II Festival Buenos Aires de la Canción.

Su actual pareja, Patricia Tricallotis, profesora de Lenguaje y con quien tiene su hijo Lucas (11 años), fue la que lo motivó y gestionó los $ 32 millones facilitados por la empresa privada para materializar este nuevo monumento público, de mayor dimensión que todos los anteriores en plena costanera de Puerto Montt. "Hoy, mi escultura es como otro hijo que tiene vida propia... Tuve sólo cuatro meses para realizarla. El rostro fue lo último que hice. Sus líneas son toscas, no tuve el tiempo necesario", recalca Robinson Barría.

La escultura, desde que fue inaugurada el 14 de febrero de 2002, hace 20 años, rápidamente se hizo reconocida para sus habitantes. De manera espontánea, miles de personas, nativas y turistas, se retratan con ella. Su imagen se reproduce en artesanías, llaveros y otros, simbolizando a Puerto Montt, a pesar de que su escultura paradójicamente no está inscrita como Monumento Público por el CMN.

Para Robinson "ella tiene vida propia, porque su rostro y su vestimenta ha ido cambiando permanentemente. Con cada período de manifestaciones, la gente los pinta de mapuches, de 'pingüinos' para el 2011 y hoy tienen un ojo ensangrentado, como expresión de la represión de Carabineros". Su imagen nostálgica o triste por la despedida que describe la canción, así como una silueta más bien gorda como sus rostros, ha sido incluso un aliciente para que los vecinos se sientan identificados con ella y no con los monumentos públicos oficiales presentes en la ciudad.

La necesitada de arraigo, de identidad cultural, por sobre cualquier aspecto estético, pareciera que es fundamental para los seres humanos. Pocos son los artistas capaces de sintonizar con los elementos simbólicos que reflejan nuestra cultura. Eso es lo que los hace eternos y universales.