Los humanos nos fuimos empoderando a través de los siglos, hasta llegar al estado actual donde somos individuos creadores de sistemas, capaces de oponernos y modificar aquello que no parezca positivo, a través de los medios políticos que se han establecido para resolver estas situaciones. Es en este punto donde la noción de la libertad moderna se muestra claramente. La idea de personas independientes hizo que la libertad migrara desde el espacio público - la antigua polis griega (ciudad estado), por ejemplo, y su institucionalidad basada en una democracia directa -, ubicándose ahora en el espacio privado. Hoy tenemos el ideal de libertad vinculado con la autodeterminación de los intereses y acciones individuales, dentro de un marco colectivo constituido por un sistema representativo, democrático.
Ahora bien, el concepto de libertad individual no siempre fue así. En la Grecia clásica, una persona era libre sólo en tanto era capaz de influir en los temas públicos. Esto como consecuencia de la concepción antropológica que se tenía. Para Platón y Aristóteles, lo que caracterizaba a los humanos era el tener una posibilidad ética, la cual sólo podía ser plenamente realizada a través de la justicia, es decir con el cumplimiento de las leyes. Como consecuencia, el Estado se convirtió en un ser que recogía en sí los más altos aspectos de la existencia humana y los repartía como dones propios. De esta concepción se llegaba a la negación de un ideario basado en la interioridad del individuo. Antes, las personas debían su existencia a la vida dentro de la polis, es decir, al Estado. Este hecho cobra gran relevancia para Chile, en momentos en que se debe aprobar una nueva Constitución con un Estado omnipresente, que pretende regular cómo y dónde nos educamos, trabajamos, emprendemos, jubilamos, cuidamos de nuestra salud; que intentará controlar nuestras riquezas naturales - fiscales o privadas -, para otorgar al arbitrio del Estado "permisos" para su manejo; que tiene el designio de establecer una nueva geografía física para Chile; o que pretende crear un Consejo fiscalizador "independiente" para supervigilar a la Corte Suprema, incrementando los riesgos de que factores políticos permitan la captura de sus decisiones judiciales, sobre todo en materias fundamentales para el funcionamiento de la libertad y la democracia. No debemos olvidar los ejemplos negativos que existen en estas materias, como el caso de Venezuela.
Entre los antiguos griegos, el individuo era habitualmente soberano en los asuntos públicos, pero muy poco libre en todas sus relaciones privadas, ya que no había nada de los aspectos personales que no estuviera sujeto a la regulación de la comunidad (un Estado "hermano mayor"). Esto se puede constatar claramente en el juicio a Sócrates, donde se le acusó y condenó por no creer en los dioses de la polis y otros aspectos o inclinaciones netamente personales, y que en la mayoría de las democracias modernas quedan fuera de la incumbencia del Estado. Y debe continuar siendo así.
Los antiguos se pensaban libres, pero concebían dicha libertad sólo a través de la política y el espacio público, lo comunitario, el Estado; no así sobre un ejercicio de los derechos individuales como sí acontece en los tiempos actuales. Ergo, las chilenas y chilenos no debemos aceptar que bajo un supuesto propósito de mejorar los niveles de vida de la ciudadanía, exista el riesgo de que se puedan vulnerar los derechos y libertades individuales, aunque parezca remoto.