Amarillo
Hardy KnittelBachiller en Historia
En mi juventud de estudiante universitario, en plena dictadura, no hubo marcha alguna exigiendo democracia por las calles de Valparaíso que no me tuviera a mí en la primera línea. No hubo asamblea o manifestación que no me tuviera como orador y nunca dejé de mostrarme como un dirigente de las Juventudes Socialistas, que lo era entonces. Y sin embargo, incluso cuando fui dirigente de los estudiantes del puerto y uno más de los fundadores de la Confederación de Estudiantes de Chile, Confech, en octubre del año 84', nunca dejaron de llamarme "amarillo".
Y era amarillo para algunos, sólo para algunos, porque no lanzaba piedras a los carabineros, aunque ellos nos lanzaran gases lacrimógenos, nos detuvieran y algunos compañeros vivieran atrocidades en los cuarteles de la CNI, como tampoco nunca creí que destruir vidrieras ayudara a nuestra demanda democrática y porque nunca se me oyó decir o aplaudir la acción militar que algún sector de la izquierda creyó oportuno o inteligente para terminar con la dictadura. Era "amarillo" para algunos -insisto, sólo para algunos-, porque esos algunos eran incapaces de aceptar una actitud diferente a la de ellos. Porque no aceptaban que el objetivo que perseguíamos tuviera más de un solo camino para ser alcanzado, porque eran incapaces de aceptar una opinión y una actitud diferente a la de ellos, aunque ese objetivo nos fuera supuestamente común.
En definitiva, nunca sentí que el ser motejado de amarillo fuera una ofensa, sino que más bien, de ser una persona moderada, y eso me enorgullecía siempre. Reformista más que revolucionario.
Pero no se puede entender, -o quizás sí se puede entender, pero no aceptar-, la odiosidad con que se ha reaccionado a los comentarios que estos amarillos han manifestado públicamente.
Hasta ahora no he leído una sola de estas críticas que aluda al contenido de tales comentarios, porque todas se refieren al hecho que ellos, sí, "ellos", se hayan atrevido a opinar. Sólo ataques personales.
Y quienes han insultado, denostado y en todos los casos expresado furibundamente su rechazo al hecho que personas "amarillas", en su mayoría intelectuales, académicos o profesionales, se atrevan a opinar, son, en su inmensa mayoría, tan intelectuales, académicos o profesionales como ellos.
En definitiva, no es la voz del pueblo la que se ha escuchado profiriendo esas diatribas, es la voz de una ideología que no cree en el derecho de algunos a opinar si esa opinión es diferente a la de ellos. Yo no he firmado ni firmaré ese manifiesto.
No lo haré, entre otras razones, porque creo que mi función de comunicador me obliga a no tomar partido, a situarme no en un pedestal, pero sí en una posición equidistante de todos para intentar comprenderlos a todos y criticarlos a todos cuando sea necesario. Y por eso mismo es que nunca me escucharán ni leerán nada que yo escriba negándole a alguien su derecho a opinar, por muy detestables que me parezcan esas opiniones. Y lo digo con todo el orgullo que puede sentir alguien que ha sido amarillo desde siempre.
desde siempre
" Nunca sentí que el ser motejado de amarillo fuera una ofensa, sino que más bien de ser una persona moderada, y eso me enorgullecía siempre. Reformista más que revolucionario".
He visto estos días hacerse presente nuevamente esa actitud en la virulenta reacción que tuvo el manifiesto de un grupo de personas que aceptaron el calificativo de "amarillos" y, desde esa calificación, se atrevieron a opinar sobre los avances que ha ido mostrando la Convención Constituyente. ¿Por qué tanta virulencia contra los amarillos? ¿Es que acaso nadie puede opinar, criticar o manifestar algún punto de vista con los debates que se viven a diario en la Convención Constituyente? ¿O sólo se aceptan a los que aplauden y hacen vítores? ¿O acaso estamos en presencia de una cultura de la cancelación, en su más nítida expresión, a quienes opinen distinto?
Porque ellos, los autodenominados Amarillos por Chile, no ocultaron nada en su manifiesto, se identifican como quienes están "por los cambios, pero de manera gradual y responsable", como los que "prefieren el camino de la reforma al de la revolución", como los que desean "que nuestras instituciones, comenzando por la Constitución, sean inclusivas, no excluyentes", y como los que están "por el equilibrio, la mesura, el sentido común, el respeto irrestricto de la democracia (sin apellidos), el Estado de Derecho, la libertad y la promoción de los derechos sociales". Se puede entender que haya quienes no compartan esos principios, incluso que haya quienes estén en contra de ellos.