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¿Por qué no los quieren?

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Hardy Knittel

Los uruguayos están orgullosos de su carne, la consumen y la alaban donde quiera que van. Probablemente existen escoceses que no toman whisky, pero seguro que no hay ninguno que no esté orgulloso de su "scotch". Para los mexicanos, México es tequila y para el mundo también. Y pobre del que se atreva a decirle a un francés que el champagne no es de Francia. ¿Algo parecido a lo que ocurre con los habitantes de nuestra región con relación al salmón? No, ni de lejos.

Los sureños seguramente agradecen lo que ha significado esta industria para nuestras regiones. Nadie ignora los más de 4.383 millones de dólares exportados en 2020 y tampoco la derrama de actividades económicas que la industria ha traído consigo bajo la forma de medianas y pequeñas empresas prestadoras de servicios relacionados. Porque los datos son elocuentes, 30 mil puestos de trabajo directos y 41 mil indirectos. Sí, todo eso, pero los sureños no parecen orgullosos de su industria del salmón. No consumen el producto (sigue siendo demasiado caro para la mayoría), muy pocos creen que sea esa industria la que nos identifique (lo que no ocurre con el campo, el ganado, la leche o el turismo).

Y, lo que quizás sea más importante, en tiempos en que incluso desde la Convención Constituyente se escuchan voces proponiendo la extinción de la industria por el daño que provoca al medio ambiente, no se han oído igualmente voces regionales que se alineen con ellos. Lo cierto es que nuestra gente puede estar reconocida de lo que la acuicultura ha significado para nuestras regiones, pero no la aman ni la defienden como los uruguayos a su carne, los escoceses a su whisky, los mexicanos a su tequila o los franceses a su champagne.

Razones tienen, porque no es fácil olvidar que la prosperidad económica que ha traído esta industria significó también, por muchos años, una sobre explotación irresponsable de sus propios recursos, lo que la llevó a la insostenibilidad y la crisis. Tampoco es fácil olvidar que por años la industria abandonó sus desperdicios en el mar o en el borde costero, sin ningún cuidado por el medio ambiente. Pero lo que es aún más difícil de olvidar, es la actitud de conquistadores con que "los hombres de las salmoneras" entraron en nuestro territorio. Han pasado más de tres décadas de ese momento, pero la actitud no ha cambiado mucho y todavía es posible ver las enormes camionetas de alta gama en las que, levantando más polvo que ningún otro vehículo, esos "hombres de las salmoneras" anuncian su presencia por los pequeños caminos rurales de nuestro entorno. Unos "hombres de las salmoneras" que crearon su propio colegio quizás para que sus hijos e hijas no tuvieran que convivir con las hijas e hijos de los nativos. Es por eso, quizás, que cuando el virus ISA invadió jaulas y destruyó capitales, la gente del sur lamentó la pérdida de empleos y la disminución de ingresos, pero no se sintió solidaria con esos otrora arrogantes ejecutivos.

Nada de lo descrito hasta aquí es bueno. No es bueno para nuestra región ni es bueno para nuestro país. Porque, no podemos negarlo, lo que nos ocurre a nosotros con la industria salmonera es lo que le ha ocurrido al país. En Chile vivimos un "estallido social" después de tres décadas de inédita prosperidad, que sólo los más fanáticos u obtusos pueden negar. Pero tampoco se puede negar que existía un enorme disgusto y frustración que se expresó en calles y plazas y terminó manifestándose electoralmente. ¿Es que los chilenos rechazaban la nueva prosperidad? No, lo que rechazaban era la desigualdad y la intolerable arrogancia de los nuevos ricos, de empresarios inescrupulosos que no perdieron oportunidad de hacer ostentación de su riqueza ni vacilaron en hacer trampas para mantenerlas y acrecentarlas. Lo que los chilenos han rechazado es el trato que unos, los más afortunados, han infligido a otros. El trato es el destilado final de la forma en que las personas se relacionan y crean una comunidad de intereses, una identidad común. Eso es lo que ha faltado en Chile y ha faltado también en el sur con la industria del salmón.

Es lo que debe cambiar con los nuevos tiempos, en Chile y en nuestra región. Porque lo que los sureños exigimos de la industria, de sus ejecutivos, de los "hombres del salmón", es un mejor trato, respeto, mirarnos como iguales. Y ya se sabe que el Trato, ese con mayúsculas, no cabe dentro de una planilla Excel o un Power Point

En nuestra región la industria salmonera cuenta con toda la tecnología y el apoyo de la ciencia para cambiar el trato que han dado a la naturaleza hasta ahora. De hecho, se debe reconocer, lo han comenzado a hacer durante los últimos años. Ahora deben extender ese mejor trato hacia las personas y las comunidades porque lo mejor que tiene el sur de Chile son sus personas y su naturaleza y ambas merecen respeto. Si ello ocurre, quizás la gente del sur comience a mirar a su industria salmonera como en algunos países se mira a la industria que los representa. Quizás aprendamos a quererlos.