No cuenten conmigo los extremos
Auna semana de las elecciones presidenciales del próximo domingo, nuevamente debo dejar mis reflexiones sobre nuestra ciudad para abordar el tema político. En este caso se trata, nada más y nada menos, que de una decisión que va a determinar el curso de la convivencia cívica y de la vida económica de nuestro país por los próximos años.
La disyuntiva a la que los chilenos nos enfrentamos ciertamente no es fácil. En un país polarizado quizás por nuestra propia intolerancia, nos enfrentamos, como en décadas pasadas, a alternativas que no sólo parecen contrapuestas entre sí, sino que mortalmente contrapuestas, como si la existencia de una significara el fin o la desaparición de la otra. Como si quienes se enfrentan no fuesen adversarios políticos, sino más bien enemigos y quizás enemigos mortales. Contestar a la interrogante de cómo hemos llegado a esto requiere una reflexión más extensa de la que permite este comentario, pero estas mismas líneas sí alcanzan para decir que vivir la política de esa manera, como si fuese una guerra en la que todo está permitido, es un camino seguro a la inestabilidad política, al estancamiento económico y, en una perspectiva sólo un poco más larga, eventualmente a tragedias tan lamentables como la que los chilenos vivimos a partir de 1973. Si hiciese falta alguna prueba de ello basta con mirar a nuestro vecino del norte: Perú. Obligados ellos a decidir entre dos extremos absolutamente contrapuestos, han generado un gobierno cuya mayor y quizás única característica es la inestabilidad. Tan inestable que al cabo de sólo cien días ha atravesado por lo menos por dos crisis políticas severas, ha debido cambiar diez ministros y recientemente ha terminado por involucrar directamente a las Fuerzas Armadas en el proceso político. Algo así como el camino directo a un despeñadero de consecuencias imposibles de prever, pero seguramente malas.
Eso es algo que no nos merecemos. No es justo que los chilenos, la gran mayoría de los cuales somos personas moderadas y sencillas, nos veamos obligados a tomar posición por posturas más radicales. Sobre todo, porque, después de nuestra historia reciente, sabemos, aún los más jóvenes, que el cambio real, el que perdura, es el que se logra con el consenso de la mayoría y se traduce en una transformación constante, pero en la medida de lo posible. Sin polarización ni caudillismos. La polarización y el caudillismo, en cambio, pueden llevar a la perversión más abyecta, como la deriva que tuvo la revolución sandinista que tanto admiré y celebré en sus orígenes, cuando yo era un joven estudiante en Valparaíso, y que ahora no es más que una dictadura patética y vulgar.
Hace pocos días tuvimos un ejemplo de ello. El día 9 de noviembre, por paradojal coincidencia, la humanidad recordó la "noche de los cristales rotos", en 1938 la "Kristalnacht" que terminó de consagrar a la violencia y el odio como el método de ascenso al poder del nazismo en Alemania; y el mismo día, sólo que décadas más tarde, en 1989, la caída del muro de Berlín, un episodio en el que el mismo pueblo alemán, sin violencia, pero amparado en la fortaleza de sus convicciones, pudo terminar con otra dictadura. En este caso, una comunista. Pero no es necesario ir tan lejos y, quizás como un recordatorio de que el valor de las instituciones y del cambio tranquilo es el que nos ha permitido ser el gran país que hoy somos, podemos recordar las palabras de Manuel Montt, el presidente que dio nombre a nuestra ciudad, en su última cuenta pública en 1861: "…es menester no olvidar que… esa marcha de constante progreso que tanto nos complace, sólo puede conservarse y desarrollarse bajo la influencia de una marcha política basada en principios moderados. Ni un espíritu exagerado e indiscreto de reforma ni la apocada timidez que mira de reojo toda innovación porque cambia lo existente, harán jamás la felicidad de pueblo alguno."
En ocasiones la historia vuelve solo para recordarnos, de manera quizás cruel, que aquellos países que optan por opciones radicales, están condenados al fracaso, a costa de los sueños y esperanzas de todo un pueblo.
Porque quiero confiar en la sabiduría de mi país, y que no se instale una grieta enorme de división, es que vengo en reiterar.
¡¡No cuenten conmigo los extremos!!