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Yo exijo

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Hardy Knittel V.

Durante alrededor de un año me he estado comunicando con ustedes, por intermedio de estas páginas, para hablar de nuestra ciudad. De este hermoso y poderoso mosaico de inmigrantes, chilotes y pueblos originarios que ha sobrevivido a catástrofes naturales, y en la que todo es más difícil por las distancias y por el centralismo que nos ahoga como país.

En esta oportunidad, sin embargo, no hablaré de Puerto Montt, ni de cómo podríamos hacerla más linda, más amigable o más nuestra, pero abierta a todos. En lugar de ello me siento obligado a ocuparme de una situación que nos remite a lo contrario: a la fealdad y al odio. Y lo voy a hacer como lo que soy, un puertomontino, un hombre del sur y, sobre todo, un hombre que se ha identificado toda la vida como alguien capaz de percibir los cambios necesarios en nuestra sociedad y se esfuerza por lograrlos: en suma, voy a hablar como un hombre de izquierda.

Y voy a hablar de la violencia.

De esa violencia que se manifestó inclemente e irracional el lunes pasado y que parece haberse apropiado del alma de nuestro país. De esa plaga que ya comenzamos a ver como algo natural, sin darnos cuenta de que es todo lo contrario, algo que nos desnaturaliza y nos convierte en enemigos, en lobos de otros seres humanos como planteara Hobbes y que indefectiblemente terminará por destruirnos. Por destruirnos a nosotros y a cuanto hemos logrado edificar juntos, como comunidad de seres humanos.

Y quiero hablar de la violencia desde la izquierda, porque fue la izquierda la que, en Chile, comenzó a hablar de la violencia como una herramienta válida de la política, mucho antes de que el golpe militar de 1973 volviese esa violencia en contra de nosotros mismos.

En los años 60, la izquierda aplaudía la toma violenta del poder por los guerrilleros cubanos y, ante el horror del paredón y otros medios de aniquilamiento de los adversarios -los mismos medios, por cierto, que años más tarde se aplicarían en contra de nosotros- proclamábamos que "el fin justifica los medios".

Estábamos equivocados.

Violencia en América

Si algo demuestra la historia es que toda toma violenta del poder requiere, para mantener ese poder, de la mantención de la violencia. Nuestra América es generosa en ejemplos de ello. Desde la misma Cuba, en la que la derrota violenta de una dictadura, la de Batista, sólo pudo dar lugar a otra dictadura. O Nicaragua, en donde quienes derrotaron la dictadura de Somoza, luego de fracasar en su intento de mantener su poder por medios democráticos, en una segunda experiencia abandonaron esos medios para mantenerse en el poder hasta hoy, mediante la fuerza y la violencia aplicada en contra de sus adversarios.

Por el contrario, la misma historia reciente de la humanidad abunda en ejemplos de cómo sólo el uso de medios pacíficos y de índole democrática garantizan que se constituyan y perduren regímenes democráticos en sustitución de ordenamientos autocráticos o discriminadores. Gandhi y Mandela son buenos ejemplo de ello, pero quizás el mejor ejemplo seamos nosotros mismos, los chilenos, que logramos eludir la tentación de enfrentar a la dictadura militar con la misma violencia con que ella trataba a sus adversarios. En su lugar escogimos, mayoritariamente, un camino democrático y pacífico para hacerlo. Miles de puertomontinos y centenas de miles de chilenos marchamos por las calles de todas las ciudades de nuestro país afirmando que "con un lápiz" derrotaríamos una dictadura. Y lo logramos.

Yo viví personalmente esa experiencia como estudiante universitario en Valparaíso. Una experiencia que, hoy día, muchos que no la vivieron y algunos que ni siquiera han oído hablar de ella, desprecian, levantando así un monumento a su propia ignorancia. Si hubiesen sido parte de esa gesta o si tan siquiera se hubiesen preocupado de conocerla y entenderla, comprenderían que los instrumentos de la democracia, que se sitúan en las antípodas de la violencia, son los únicos que pueden traer consigo un cambio efectivo en la sociedad. Y también entenderían, quizás, que un joven como yo abrazara entonces la causa de la no violencia. Porque la violencia era el arma del dictador. El arma de todos los dictadores. El arma que ellos están utilizando hoy día.

Fines y medios

Tampoco es verdad, nunca lo ha sido, que "el fin justifica los medios". El fin debe siempre expresarse a través de los medios que utiliza para realizarse. De otro modo pierde legitimidad. Y los medios, a su vez, legitiman a los fines. ¿Qué fin de justicia, fraternidad o paz podría legitimarse o siquiera explicarse con la destrucción de un museo o una iglesia? ¿Cómo podríamos creer que aspiran a una sociedad mejor, más elevada, quienes se expresan poniendo barricadas o incendiando lugares que nos pertenecen a todos, como el Cerro Santa Lucía en Santiago o la plaza de Armas en Puerto Montt?

Así como nosotros, la izquierda, nos equivocamos en los años 60, hoy nuevamente se equivocan quienes, desde la izquierda, no son capaces de denunciar, rechazar y, si es necesario, combatir esa violencia que hoy se torna normal y cotidiana, como atestiguan situaciones que afectan a barrios enteros en diversas ciudades de nuestro país. Como un hombre de izquierda de toda la vida, a mis 63 años, tengo derecho de exigirle a nuestros dirigentes, a nuestros parlamentarios y parlamentarias, a quienes cuyas voces pueden ser oídas y respetadas, a no seguir guardando silencio, a abandonar toda ambigüedad frente a la violencia. Es la misma actitud que demando de parte de quienes se expresan en manifestaciones pacíficas exigiendo cambios en nuestro país. Porque no basta ser pacífico o creer en las instituciones de la democracia para buscar ese cambio: es necesario también ser anti violento y rechazar a quienes intentar destruir las instituciones.

Derecho a exigir

Quien no cree y no respeta las instituciones, no sólo se aparta de ellas, sino que es capaz de burlarlas y con ello a quienes creen en ellas, fingiendo enfermedades para conseguir votos o falsificando firmas para lograr candidaturas.

¡Porque no podemos glorificar la violencia!

Por eso, a diferencia de Zola, yo no acuso. Pero creo que, como cualquier chileno, tengo derecho de exigir. Yo exijo y les pido a todas y todos que lo hagamos juntos. Exijamos el fin de la violencia.

"Hoy nuevamente se equivocan quienes, desde la izquierda, no son capaces de denunciar, rechazar y, si es necesario, combatir esa violencia que hoy se torna normal y cotidiana"