Vivimos una época altamente politizada, que se puede resumir como la definición entre dos posturas claramente divergentes. Por un lado están quienes privilegian un Estado mínimo y el ideario neoliberal, y por otro los que apoyan la filosofía de la justicia social, o de bienestar social.
El filósofo y economista austríaco Friederich Hayek, muy seguido en occidente y en Chile, entrega desde el liberalismo más ortodoxo, una argumentación en contra de cualquier tipo de intervención estatal en la vida de las personas, y en especial desde el punto de vista económico. La idea de justicia social, identificada plenamente con los resultados de las políticas del Estado de Bienestar, es para Hayek algo sencillamente indeseable. Reconoce sin objeciones que la distribución de la riqueza es injusta, y lo sería más aún si hubiera sido deliberadamente planificada. Sin embargo, cree que al ser tales injusticias creadas por el mercado en condiciones de total libertad, es muy difícil aceptar que dicha distribución sea verdaderamente injusta, dado que el mercado no puede hacerse cargo del carácter moral de sus actos. Hablar de justicia e injusticia con respecto a una distribución que nadie ha creado es para Hayek un error. El mercado es libre, y como tal, produce resultados que no han sido previstos ni planeados, sino que son espontáneos (asunto que es sumamente debatible, por lo demás).
Hayek rechaza de plano la intervención sistematizada del Estado en búsqueda de la justicia social, pero sí reconoce que éste debe utilizar mecanismos coercitivos para obligar a sus "ciudadanos" a prestar una mínima ayuda a los más desfavorecidos (discapacitados, ancianos, desempleados, etc.), con el objetivo de asegurar la supervivencia. Los ciudadanos, más que el Estado, deben cooperar y apoyar. Esto es neoliberalismo puro en su más clásica acepción, y en Chile hemos visto a varios políticos y candidatos de renombre suscribir dichos postulados. Sin embargo, me atrevería a decir que el pensamiento de las grandes mayorías está muy alejado de esos planteamientos ultra conservadores.
La buena noticia para Chile es que hay una argumentación innovadora que revitaliza la filosofía política, tanto en el siglo pasado como en el actual. Es la idea de una sociedad regida por la economía de mercado, y a su vez diseñada desde su estructura básica para beneficiar socialmente a los menos aventajados, sin instaurar un régimen redistributivo del ingreso basado en principios arbitrarios. Es decir, el advenimiento de un Estado sólido cuya meta es la justicia social, pero con plena libertad de elegir democráticamente, para evitar una ruptura a través del excesivo intervencionismo estatal. Este concepto se constituye en una respuesta maciza al ideario neoliberal, con el cual se apoyaron durante las últimas décadas, sistemas que claramente propiciaron la desigualdad en nuestro país.
Con esta filosofía política, en cambio, se incentiva y favorece el hecho de que los ciudadanos elijan libremente los principios de la justicia social, sin que ello implique la opresión de un segmento de la población, ni la destrucción de las libertades individuales.