Las enfermedades cardiovasculares son la causa de casi un tercio de las defunciones en el país. Y cada año en el mundo fallecen poco más de 17 millones de personas por enfermedades cerebro o cardiovasculares, lo que habla de la importancia de la atención oportuna de las causas de estas patologías. Por eso, el 29 de septiembre es el Día Mundial del Corazón, ocasión en que la Organización Mundial de la Salud (OMS) llama a los gobiernos e instituciones a promover la salud cardiovascular y a tomar acciones para bajar la mortalidad.

La OMS señala que el 80% de las enfermedades cardiovasculares son evitables si se siguen conductas de vida saludables, aunque los largos períodos de cuarentena por el covid-19 han impedido la actividad física y es evidente que las personas han subido de peso. El principal riesgo de esas patologías es que usualmente no presentan síntomas y que los hábitos cada vez más sedentarios de las personas, así como la mala alimentación y los estimulantes, adquieren relevancia en las causas. Las enfermedades al corazón y al sistema circulatorio se han convertido en trastornos silenciosos.

En 2020 los sistemas de salud tuvieron que preocuparse con prioridad de los contagios del virus y sus consecuencias, y quedaron en segundo plano las patologías de cáncer, enfermedades digestivas y neurológicas, entre otras. Sin embargo, este año las autoridades de salud llamaron a retomar los controles, a medida que se levantaban las restricciones de desplazamiento.

Se estima que en Chile mueren 45 personas al día por estas causas. Según cifras del Ministerio de Salud, estas enfermedades son la primera causa de muerte en hombres mayores de 35 años y en mujeres mayores de 50 años. A eso se agrega que el 60% de los chilenos presenta entre dos a cuatro factores de riesgo, como hipertensión, sobrepeso, colesterol y glicemia sobre los valores normales.

Es necesario insistir en crear conciencia sobre las enfermedades cardiovasculares, sus causas, efectos y prevención. En general, los médicos destacan tres aspectos que son fundamentales para cuidar este órgano: una alimentación sana, realizar actividad física adecuada y llevar una vida que controle especialmente el estrés y la presión que tiene cada día, algo difícil en momentos de pandemia.

No se trata de presumir, pero en días pasados, necesité una peineta. No hubo farmacia a la que entrara que pudiera responder a mi requerimiento. La situación, en sí, es bastante incómoda para quien arrastra media calvicie y -aunque quiera llevarla bien- provoca sonrisas en los dependientes a los cuales se les pide el "utensilio". Porque la costumbre de peinarse viene desde la infancia, cuando la madre de uno fabricaba gomina con pepas de membrillo, hasta producir una especie de gel que fijaba el pelo para la semana completa. Y a falta de membrillo, buena era el agua con azúcar, que cumplía la misma función y producía el mismo "copete", tan firme, que podía servir incluso de parachoques frontal.

En la actualidad, el "despeinado" la lleva. Hay que verse como si uno viniera levantándose después de haber dormido con el gato o con el perro. Y eso es difícil para especímenes -entre los que me cuento- que peregrinan para comprarse una peineta, porque sienten que hay situaciones que los peinan, los despeinan o le provocan caída de pelo. Un amigo me habla de cierto conocido que, por la excesiva ingesta de comestibles el "18", lanzó un eructo que dejó "peinada" a toda la concurrencia. Otro resaltaba el ánimo festivo de la fecha, en que terminaron todos despeinados a punta de cumbias y rancheras, porque así celebramos en Chile. Un tercero comentaba que hay personas a las que la impresión por algo les hace "caer el pelo", y ejemplificaba con el "Pelao Vade", quien provocó la calvicie instantánea de un número indeterminado de simpatizantes.

Yo confieso que mi calvicie sufrió un incremento sustantivo antes de la pandemia, cuando Lagos Weber discurseaba en contra de la exención de pago de contribuciones a personas de la tercera edad, revelándose luego que él no había pagado un peso de ese impuesto durante 16 años, y que mi madre, con una pensión de viudez ridícula, pagaba más contribuciones que los Errázuriz y los Chadwick (el lado bueno fue su "movilidad" social, ya que sin moverse de su cocina, pasó a formar parte de la élite chilena). En estos días, la mentira y la incoherencia no registran reacciones tipo "Pelao Vade": hay parlamentarios oficialistas y hasta un candidato presidencial que hablaron apocalípticamente en contra de los retiros de las AFP, mientras, silenciosamente, retiraban.

Bueno, somos un país que se está "chasconeando" para bien, aunque no falten los patriotas de cartón -e imbéciles que los aplauden- que las emprenden hasta con las colchonetas de los inmigrantes, coches de guagua y enseres de sobrevivencia. Pertenecen a la raza de los que gritaban hace poco "el que no salta es mapuche", y a los puertomontinos que, un Viernes Santo, tomaron por asalto e incendiaron un campamento gitano, vehículos incluidos. Con un panorama así, las peinetas están destinadas a desaparecer.

Jorge Loncón, escritor

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