Padre Hurtado y Puerto Montt: las seis visitas de un santo religioso
Transcurrían los años 30, cuando resultaba familiar encontrarse por las calles de Santiago con la espigada oscura figura de un joven religioso jesuita, que impresionaba también por su contagiosa sonrisa, vistiendo sotana, quien recorría -en una pequeña camioneta verde- los lugares más inhóspitos y recónditos de la gran ciudad, porque él sabía que allí sobrevivían -sufrida y desamparadamente- muchos niños y personas adultas y de avanzada edad. Sin el alimento adecuado y desprotegidos frente a los rigores del clima. Acurrucados, intentando obtener calor apretujados unos con otros, en inviernos que parecían interminables, con la cordillera andina muy cercana e imponente, alimentando las aguas más densas del río Mapocho de aquel entonces. Él ya los había detectado y esas tristes imágenes no lo abandonaban ni un solo instante... Y como quería tan fuertemente a Cristo, porque lo había seguido con inusitado fervor desde niño en su vocación sacerdotal, -ahora que lo era, desde 1933-, cada vez con más intensidad, veía el rostro de Jesús adolorido en cada uno de esos desvalidos. Y sentía imperiosamente el deber irresistible de hacer algo concreto por ellos, empezando por llevarles algún alimento, hablarles y conocer a fondo sus realidades... Así, en esa tarea, se fue encariñando, a tal punto, que pudo comprometer en esa causa -con la misma emoción- también a muchas otras personas con recursos. Y, poco a poco, les fueron habilitando a esos indigentes algunos espacios, para alimentarse y dormir bajo un digno techo y abrigo.
Era el año 1936, cuando había regresado a Chile, tras ordenarse sacerdote jesuita en Bélgica en 1933 y de inmediato ingresar a las labores pedagógicas en el Colegio San Ignacio, de la Orden Jesuita, en Santiago, y compartir esa misión con su abnegado trabajo en favor de sus amados "patroncitos", como les llamaba con amor conmovedor a los desvalidos.
Fueron los primeros e históricos pasos de la grandiosa obra del Hogar de Cristo en Chile, creada y fundada en 1944 por el padre jesuita -hoy Santo-, Alberto Hurtado Cruchaga. Cuyo ejemplo fue como un ardiente y arrasador fuego humanitario, que rápidamente se propagó por todos los rincones de Chile, transformándose en un refugio de amor, pan, techo y abrigo, tan grande y completo que jamás habían tenido los más pobres y desamparados de la sociedad chilena, y que los gobiernos han ido valorizando como una gran ayuda en sus empeños de combate a la pobreza. Constituyéndose, al mismo tiempo, en un modelo internacional. Y cuyos pensamientos, frases y lemas, -de su artífice-, fueron calando hondo en el alma nacional y moviendo a la acción: "Contento, Señor, contento", "Hay que dar hasta que duela", "Que cada uno haga un deber de su vida: servir", "Hacer la caridad, faltando a la justicia, es reírse de Dios", "El elemento esencial de la mística del trabajo es comprender que cada profesión no es sólo un medio de ganarse la vida, sino también el ejercicio de una misión social", "En realidad los dos mandamientos, amor a Dios y al prójimo, no son dos sino uno: amar a Dios en el prójimo", entre innumerables consignas motivadoras.
Visitas de un santo
Además de preocuparse de las personas abandonadas y de enseñar a la juventud, la personalidad del Padre Hurtado era tan atrayente, dinámica, creativa y generosa, que sus servicios eran requeridos para materializar otros proyectos. Entre ellos, casas de acogida infantiles y camas para las hospederías; además de fundar varios talleres de capacitación técnica para jóvenes, para que estén aptos para conseguir un trabajo digno. Y aunque no faltaron las incomprensiones de muchos, nunca le fallaron las fuerzas y convicción para continuar junto a Cristo con el hermano pobre. Fue asimismo asesor de la Acción Católica Juvenil, donde lideró una importante evangelización chilena.
En estas últimas responsabilidades, el religioso cumplió seis visitas a Puerto Montt, que no pasaron inadvertidas y que quedaron inscritas en el "Libro Diario" de los padres jesuitas, del sacerdote Eduardo Tampe; en la revista "San Javier" y en el matutino "El Llanquihue" de Puerto Montt. En tales ocasiones, Hurtado impartió conferencias, dirigió ejercicios espirituales y presidió eucaristías, con público y estudiantes (damas y varones), estableciendo su residencia por esos días en las dependencias de la Congregación Jesuita, desde donde acudió a los lugares que recorrió.
Las venidas del hoy santo de los altares fueron en septiembre de 1937, diciembre de 1941, enero de 1943, abril de 1945, octubre de 1949 y julio de 1950. Su sencillez, optimismo, espiritualidad y preocupación por los más desamparados, se hizo notar -radiantemente- en esas oportunidades, según relatos de ese tiempo.
Y cuando falleció en 1952, dos años después de su última venida a Puerto Montt, el obispo de Talca, Manuel Larraín, le dedicó una frase imperecedera: "Si silenciáramos su lección, desconoceríamos una gran visita de Dios a nuestra patria", en referencia al padre Hurtado.
OBRA EN Puerto MONTT
En 1983, la fecunda semilla de amor caritativo por los desvalidos, emanada del Hogar de Cristo fundado como institución solidaria para Chile, por el Padre Hurtado, tuvo sus primeros brotes locales en calle Miraflores, a través de la "Hospedería de Cristo Pobre", organizada por el diácono Jaime Díaz a instancias del entonces arzobispo de Puerto Montt, monseñor Eladio Vicuña Aránguiz, muy sensible a la desventura de los más pobres. En la casona, se recibía a personas de la tercera edad en estado de abandono y se daba socorro en extremos casos de desvalimiento. Al poco tiempo, el crecimiento de dicha demanda social impulsó la reinstalación de un centro filial más amplio y con mejor equipamiento en el sector del barrio Lintz, en calle Buín, donde -por muchos años- aportó una abnegada y auxiliadora ayuda a cientos de gentes en condiciones desamparadas.
Y el sueño de más amplitud y mejor equipamiento, se hizo real cuando a finales de 2017 los protegidos de calle Buin se trasladaron a la flamante nueva residencia del barrio Chorrillos. Donde se erigió un moderno edificio de tres pisos, de 2.095 metros cuadrados, con cupo para atender eficientemente a 110 personas, incluyendo a 10 mujeres, en condiciones de vulnerabilidad social. Además, consta de una capilla velatorio, dos salas de recuperación, una peluquería, un comedor para la atención de 96 personas y una moderna cocina. A lo que se agrega un sistema de calefacción central a pellet, provisto de dos calderas y 21 paneles fotovoltaicos que suministran energía y agua caliente a las dependencias de la infraestructura.
En general, en Puerto Montt, se reitera que el Hogar de Cristo aporta socialmente a la comunidad de más frágiles recursos en líneas de acción y apoyo concentradas en Personas en Situación de Calle, Educación Inicial y Adulto Mayor. Un grandioso aporte que es posible mantener gracias a colaboraciones provenientes de los socios y de donaciones, coronas y tarjetas, las reproducciones en miniatura de la camioneta verde, la ayuda de las empresas y desde el exterior, la Cena de Pan y Vino anual y la abnegada cooperación del voluntariado. Todos canales a los que las almas generosas pueden integrarse, en el marco de una especial sintonía nacional con la solidaridad de San Alberto Hurtado.
La gran lección
En 2008, el Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile -en su mensaje de celebración del tercer aniversario de la canonización del Padre Alberto Hurtado-, entre otros, se refirió a la pregunta central y reiterada del santo "¿Qué haría Cristo si estuviera en mi lugar?". Recalcaron: "Es una pregunta relevante, una invitación que despierta las grandes potencialidades del corazón humano: encarnar a Cristo en el trabajo, en la familia, en las relaciones afectivas, en el estudio, en la profesión, en la vida deportiva, en la vida cultural, en la vida social. Y no nos cabe duda, seguiría defendiendo a los pobres, promoviendo la vida plena para todos y liberándonos de tanta esclavitud personal y social. Y, por su puesto, en esas mismas tareas encontraríamos también hoy a San Alberto Hurtado".
A su vez, el Padre Albino Schnettler, un noble jesuita de quien emanó santidad a su paso por Puerto Montt, había conocido al Padre Hurtado y lo recordaba como algo muy especial. Reveló -una vez que lo entrevistamos- que fue el primer novicio que encontró en el segundo piso del Noviciado: "Él estaba rezando el rosario y me miró con una mirada tan profunda y una tan grata sonrisa, que todavía la sigo teniendo después de tantos años".
Otro personaje que confesó una honda remembranza del santo religioso jesuita, fue el distinguido político nacional Gabriel Valdés Subercaseaux, exalumno ignaciano. Añoró -de sus tiempos estudiantiles- la llegada del Padre Hurtado al cargo de profesor del Colegio San Ignacio de Santiago, como "quien produjo un remolino colegial, que al poco andar formó filas de alumnos que esperaban ser recibidos en su modesta habitación del claustro centenario sólo para estar cerca de él y ser interrogados con su enorme simpatía. Eran conversaciones que producían un verdadero lavado de alma con agua limpia. Y al salir, uno sentía una reconfortadora transparencia".
En Puerto Montt, uno de los destacados artistas plásticos de la actual generación pictórica, Gabriel Valerio Barría, fiel exalumno sanjavierino, enfatizó un arraigado sentimiento en torno al Padre Hurtado: "Como buenos estudiantes de espíritu ignaciano, estamos marcados por San Alberto Hurtado. Y siempre tengo presente una pregunta que habitualmente se hacía el santo jesuita: ¿Qué haría Cristo en mi lugar? Y que está vigente, porque sigue habiendo sufrimiento y exclusión. Él nos enseñó que seamos solidarios, para recuperar el camino espiritual, que tanto nos hace mucha falta. Por consiguiente, es necesario "Dar hasta que duela", como él decía. Por eso, tratemos en estos momentos de Pandemia, de rezar por los que sufren y han perdido a sus seres queridos. Dios es amor".