Defensores del cambio
Durante varias décadas, he venido planteando mi preocupación por los problemas de pobreza y desigualdad que persisten en Chile y en vastas regiones de América Latina, también en otros lugares, y las potenciales consecuencias que esta realidad tiene para la sociedad del futuro. Mi ánimo ha sido proponer una mirada estratégica relativa a este fenómeno, teniendo en cuenta la explosión social que ha estado viviendo Chile. En cierto sentido, quisiera hacer una advertencia sobre los riesgos que situaciones como la actual - con fuerte impacto de algunas acciones políticas improvisadas o carentes de realismo -, pueden acarrear para el sistema de gobernanza en el mediano y largo plazo.
Chile está inmerso en un gran proceso de cambio social, político y cultural, necesario si queremos transformarnos en un país más moderno y mejor preparado para enfrentar los inmensos desafíos del futuro. Sin embargo, todos los ciudadanos - cada cual en su ámbito y lugar de influencia -, debemos cuidar este proceso para que no se descarrile; es imperioso convertirnos en sus guardianes. Los jóvenes que buscan viabilizar el cambio sin violencia, y ciertamente las mujeres chilenas, nos están mostrando el camino. Exigir, demandar, pero sin destruir lo nuestro. Es decir, respetando aquellos símbolos que nos identifican como nación, y que las grandes mayorías silenciosas aprecian y aman en su fuero interno
La alternativa violenta - física, verbal, psicológica -, siempre conduce a un punto plagado de grandes riegos, un túnel oscuro del cual se escapa a través de soluciones poco deseables, pero que pueden llegar a materializarse si el país, la región o el mundo, continúan expuestos a eventos potencialmente explosivos. A medida que pasan los años, existen más personas indignadas e insatisfechas con el sistema, que salen a protestar a la calle, a menudo con planteamientos exagerados y con violencia extrema también. El orden público, muy necesario para implementar cualquier transformación percibida como positiva, podría quedar sujeto en el futuro a propuestas de regulación, norma y coerción tremendamente severas y difícilmente apelables. Algo de esto ya se está comenzando a visualizar, de manera incipiente, en diversas regiones de Occidente y también de Oriente, habida cuenta de las recurrentes crisis políticas, económicas, sociales, humanitarias, y por cierto sanitarias, que asolan al planeta. La compleja situación de Afganistán es un buen ejemplo de todo lo anterior.
Ahora bien, resulta muy decidor comprobar que a pesar de las constantes alabanzas a favor de la democracia, se tolera la existencia de regímenes autoritarios como China o crecientemente policiales como Estados Unidos, pues hay quienes piensan que en ellos está el modelo que servirá de conexión hacia formas más dominantes de gobernar un mundo cada vez más convulsionado, y sobrepoblado. Por lo tanto, los que efectivamente queremos alcanzar ese progreso social y político por el que estamos luchando - en este apartado lugar del planeta -, tenemos el deber de transformarnos en los defensores del cambio, pero en democracia y con respeto por la libertad.