China y la "realpolitik"
Para nadie es un misterio las tensiones que existen entre Occidente y Asia, principalmente con China, y los retos a los que se enfrenta cualquier intento de armonizar los intereses económicos y políticos entre ambos bloques. Indudablemente, la actual pandemia no ha hecho otra cosa que llevar la situación a un punto de inflexión en la geopolítica global, tal como lo propuso Samuel Huntington en el libro "El choque de civilizaciones" de 1996. Ésta es ahora una realidad que afectará al comercio, los productos básicos y los mercados financieros de manera dramática e impredecible, y por cierto a la política internacional.
El problema hoy es mucho más complicada que en los años noventa. La tecnología ha avanzado y en el 2021 debemos agregar factores adicionales que contribuyen al entorno volátil, incierto, complejo y ambiguo en el que vivimos actualmente: la inteligencia artificial y el "big data", la guerra cibernética y el espionaje, el cambio climático, los populismos, y por cierto las implicancias del coronavirus. Frente a estas nuevas amenazas, las estructuras y modelos existentes de estrategia política, de riesgo económico y de inversión, son claramente insuficientes para hacer frente a los desafíos implícitos en un mundo cada vez más difícil y digitalizado.
Pues bien, China ha vuelto a crecer con fuerza y es probable que se acerque nuevamente a tasas del 10% anual. Esto produce todo tipo de resquemores y resentimientos en Occidente, principalmente cuando se considera que existe un sistema capitalista debilitado, en el sentido de que no se tiene un enfoque o estrategia unificadora frente al modelo chino de socialismo - muy propio y singular -, el cual mantiene una clara visión estratégica de gobierno alternativo, agresivo, expansivo. Se culpa a China de muchos de los males que afligen al modelo occidental, mientras el gigante asiático continúa inconmovible con su planificación de largo plazo. No es de extrañar que los líderes empresariales occidentales se vean atrapados en la encrucijada de estas dos ideologías en conflicto.
Beijing está muy conciente de que las multinacionales occidentales desean a toda costa beneficiarse del mayor mercado de consumo creciente del mundo, que, a diferencia de la India, ya cuenta con una infraestructura de primera clase. Las empresas de servicios financieros occidentales están desesperadas por aprovechar el enorme potencial de los mercados de capital de China. Entonces, ¿por qué iban a resistir la presión ejercida discretamente, o incluso de forma bastante abierta, para cumplir con los requisitos chinos? El mensaje es claro: si quieren estar realmente en nuestro mercado, entonces deberán seguir nuestras reglas y criterios, incluso cuando parezcan directamente opuestos a las nociones ideológicas y premisas éticas occidentales de gobernanza, derechos individuales y democracia. Para Chile, esta disyuntiva ya desapareció varias décadas atrás, siendo China nuestro principal socio comercial en la actualidad, y probablemente estratégico en el futuro.