La revolución reflexiva
Humberto Maturana y Ximena Dávila
Paidós
172 páginas
$13 mil
Humberto Maturana y Ximena Dávila
Paidós
172 páginas
$13 mil
¿Es posible construir un vivir colaborativo, diferente al que nos imponen las comunidades de competencia? ¿De qué forma, si todo a nuestro alrededor parece regido por ellas? Eso requiere primero de un cambio en nuestra manera de pensar, lo que implica una transformación y ampliación de conciencia en la multidimensionalidad de los mundos que vivimos. Es urgente un reseteo psíquico que implique una reflexión muy seria sobre qué cosas querríamos seguir conservando en nuestro vivir y convivir social, y cuáles no queremos seguir conservando. ¿Qué estamos haciendo hoy que las seguimos conservando aunque no las queremos? ¿Cuáles son nuestras cegueras?
La gran herramienta que tenemos los seres humanos es la reflexión; ¿cómo estamos haciendo lo que estamos haciendo? ¿Me gusta cómo me estoy relacionando con las personas de mi familia o de mi trabajo? ¿Me gusta cómo me estoy relacionando conmigo mismo? ¿Hago lo que quiero hacer? Esas preguntas sencillas sobre nuestro vivir nos llevan a otro tema central: el escuchar. ¿Escucho a mis hijos, a las personas que me rodean? ¿Cuándo fue la última vez que conversé con mi compañero de trabajo? ¿Lo escuché a él o me escuché a mí mismo? ¿Converso con mi hijo o este solo me escucha hablar sobre las cosas que me importan a mí? Esas reflexiones nos dan claves sobre la pregunta de si queremos transformarnos o no. Si eso es lo que quiero, voy a intentar verme, voy a hurgar en mí y voy a buscar la manera, a través del descubrimiento de mi identidad, de resetear mi modo de pensar, mi modo de relacionarme, mi psiquis. Eso es lo que nos hace diferentes en el mundo natural: somos seres que vivimos en el lenguaje, que podemos reflexionar, y, al tener esa herramienta, tiene que importarnos lo que hacemos y dónde lo hacemos.
Pero esa extraordinaria capacidad de reflexión se puede volver inútil si no aprendemos desde niños a usarla y a escucharnos.
Por eso, es fundamental que aprendamos a respetar nuestras diferencias y a generar acuerdos tanto en las familias como en su extensión, los colegios. Los seres humanos requerimos de nuestro sistema nervioso para generar nuestras conductas, pero las conductas no ocurren en el sistema nervioso, ocurren en el espacio relacional.
Para poder reflexionar y aprender a hacerlo, tenemos que desearlo; así podremos crear un vivir centrado en el mutuo respeto, en el autocuidado y cuidado mutuo en la colaboración en familia, en los colegios y en la vida cotidiana. Los niños aprenden el vivir y el convivir que los mayores conviven, y de la manera en que nosotros, los mayores, somos con ellos y entre nosotros; escuchan si han sido escuchados. Una sociedad diferente podría levantarse sobre otro tipo de educación, una que cambie nuestra orientación relacional y donde nos escuchemos, conversemos y reflexionemos, respondiendo a sus preguntas, para que los niños y niñas se vayan transformando en la convivencia a medida que se hacen adultos, en un convivir espontáneo de colaboración y mutuo respeto, sin negarse en la competencia. Tenemos que reflexionar y preguntarnos: ¿cuál es mi modo de vivir? ¿Qué modo de vivir están aprendiendo mis hijos o mis alumnos?