Cómo han cambiado nuestras acciones cotidianas durante esta pandemia. La vida se ha transformado en una frenética búsqueda por el sustento diario, el cual se ha hecho cada vez más difícil y esquivo. Trabajamos o estudiamos, entablamos relaciones personales y sentimentales, emprendemos múltiples proyectos, pero, rara vez nos preguntamos si todo esto sólo conduce a tener más cosas materiales, o a ser mejores personas.
Es cierto que necesitamos de algunos bienes para poder vivir con dignidad. Es la ilusión de prácticamente todos los humanos. Pero los objetos sólo nos acompañan por un tiempo, luego envejecen y se desvanecen. En cambio, nuestro ser interior estará con nosotros durante toda la existencia. De su desarrollo depende nuestra verdadera felicidad, no de la mera acumulación de riqueza material.
Hay también una riqueza interior que es tremendamente importante, quizás ahora más que nunca. Descubriéndola, seremos capaces de mejorar nuestra vida exterior.
El filósofo griego Sócrates decía "conócete a ti mismo", para así poder llegar a tener una mejor relación con el mundo que te rodea. Y partía por el comienzo, el inicio, es decir por nuestro propio ser. Las cosas, los objetos, quedaban relegados a un segundo plano. Es que la filosofía, esa actividad natural en el individuo de preguntarse y buscar la sabiduría que le falta, es la clave que nos ayuda a identificar nuestras capacidades, debilidades y acervo humano. Nos sirve para elegir nuestro destino y no dejarnos arrastrar por las circunstancias, aún en aquellos casos que aparentan ser positivos y alentadores, pero que ante un mayor escrutinio puede que no sean ni lo uno ni lo otro.
La lucha interior es lo que nos hace ser mejores. No se necesita tener ingentes cantidades de dinero para lograr esto, y a menudo el exceso de bienes nos transforma en seres fríos y poco solidarios. En cambio, es forzoso estudiar y estudiarse, estar siempre alerta, despreciar lo material y menospreciar las tentaciones.
Pareciera que en la vida moderna ya no importaran los contenidos, sino la relación de éstos con el mundo externo, su interpretación economicista y el aprendizaje "mecánico" de cómo tomar decisiones. Igualmente, en la educación formal se siguen introduciendo contenidos a mansalva en el cerebro de niños y adolescentes, mientras que los exámenes son meros concursos de preguntas y respuestas, donde no se entregan explicaciones del porqué de las cosas. Estamos creando verdaderas máquinas que llegan al mercado a producir y consumir. ¿Es eso lo que realmente deseamos para nuestras hijas e hijos?
Pero existe otra carencia aún mayor. La ausencia total de lecciones de filosofía de vida en los colegios y universidades chilenas. Un déficit de aprendizaje sobre el valor del esfuerzo, el beneficio de la lectura, la potenciación del conocimiento de nuestro ser interior, y la felicidad que provoca un éxito - por pequeño que sea -, cuando el logro llega por la vía del esfuerzo propio, sostenido durante años.