No son los dueños de Chile
Si bien la coalición oficialista ha estado en ocasiones fragmentada, ha seguido ofreciendo gobernabilidad. Muchos culpan al gobierno por los actuales problemas sanitarios y la consecuente situación socioeconómica que nos afecta. Indudablemente, hay un grado de responsabilidad gubernamental en todo esto, pero dudo que la centroizquierda hubiera podido hacer las cosas mejor, o de manera más eficiente.
El año pasado se especuló con una eventual salida de Sebastián Piñera, sobre todo por parte de la oposición, lo que parece un planteamiento ridículo a estas alturas, pues no significaba automáticamente que la centroizquierda ganaría las elecciones. Nos guste o no, el presidente Piñera terminará su mandato y es lo correcto desde un punto de vista democrático, y de las libertades garantizadas por el sistema republicano.
El problema actual de la política chilena es su dispersión. Ya no existen grandes bloques compactos, sino sectores atomizados que buscan acuerdos circunstanciales. La oposición en Chile tiene una complicada tarea, pues hay un grupo que rechaza los acuerdos pos dictadura, que consideran espurios, mientras otro grupo los ve como consensos de gobernabilidad. También están los que valoran las instituciones de representación política, como partidos o sindicatos, y quienes las consideran instrumentos de sofocación de la energía de los fuertes cambios sociales que proponen. Estos últimos son representantes de posturas extremas, que a menudo apoyan el uso de la fuerza callejera para generar acontecimientos que podrían servir de trampolín para producir esos cambios. En lo esencial, se creen los dueños del país, amenazan con las penas del infierno a sus opositores, y están dispuestos a justificar la destrucción de todo lo que no les complace o sirve para sus oscuros propósitos.
Ninguna de estas dimensiones de oposición logra una articulación unitaria. El proceso constituyente no ha implicado un acuerdo político transversal. Los políticos más prudentes son capturados y atemorizados por posturas radicalizadas. Es prácticamente imposible que surja una oposición unida, ya que los objetivos políticos a largo plazo son demasiado diferentes entre sus dos principales bloques. La izquierda más dura tiene una visión de mundo que choca con el ideario político/filosófico de la centroizquierda tradicional, visión que debe considerarse como anti-libertaría en muchos aspectos.
Este 2021 es un año con importantes elecciones y una Constitución que debe ser reescrita. Más temprano que tarde será necesario romper con el pensamiento clásico de los bloques tradicionales y establecer una fuerza patriótica que unifique la experiencia económica con la necesaria responsabilidad social, en que prime la sensatez por sobre toda otra consideración. La gente está consciente que la institucionalidad le debe su legitimidad, entre otras cosas, a su eficacia. Si la democracia no demuestra ser eficaz en solucionar los problemas de la vida cotidiana, se pone en riesgo su permanencia.