Vicorella: parkas y emprendimientos locales
El nombre de Víctor Orellana Ibarra dio origen al acrónimo Vicorella, tienda de ropa de Puerto Montt, que se caracterizó por sus parkas elaboradas a mano y en la que reflejaba una forma de vestir y de vivir que, si bien ha desaparecido, continúa en otros emprendimientos e inversiones en la era de la globalización.
Coinco es un pequeño municipio característico de la zona central campesina, a 20 kms de Rancagua, camino a la costa. Allí Víctor Orellana Ibarra inició su vida en 1937. Hijo de padres dedicados tradicionalmente a la mediana agricultura, así como al comercio, él recuerda -con una memoria prodigiosa a sus 83 años- que "tenían un almacén llamado 3 Puentes".
A los 13 años comenzó su periplo, primero llegó a Rancagua para estudiar en la Escuela de Artesanos, que hoy es el Liceo Industrial. En 1954 egresó y estudió 'maquinaria de aviones' en la Escuela de Especialidades de la Fuerza Aérea donde perfeccionó sus habilidades manuales que más tarde le servirían. Claro que su intención original no era ser mecánico de aviones: "mis tíos y mi papá tenían camión y yo quería tener camión…éramos 7 hermanos, yo era el mayor y mi padre me había prometido que cuando fuera mayor de edad iba a tener mi camión" por lo que trató de estar lo mejor preparado para ese momento que no llegó.
Durante 3 años estudió en la FACh en Santiago y luego 12 años más sirvió en la institución. Así fue como llegó en 1958 a un Puerto Montt muy diferente al del presente: "era un suplicio la ciudad, estaba en La Chamiza (la base aérea de ese entonces) y el comandante era muy malo…teníamos que vivir en Chamiza y salir el miércoles en la tarde…se ganaba muy poca plata".
A pesar de su condición, su sangre le tiraba: "de chico era comerciante, salía a vender en la calle después de las 6 de la tarde, en un comienzo unas carteritas tipo baúl que hacía un primo en Santiago". Después del trágico Terremoto de 1960 tuvo la oportunidad de conocer y enamorarse de su señora Nelda Pérez Alvarado -con quien tuvo 4 hijos-, puertomontina de orígenes chilotes quien trabajaba en un edificio patrimonial que pronto albergaría sus sueños de emprendimiento: "…en 1965 nos casamos y el problema es que mi señora ganaba más plata que yo…" recuerda con risas Víctor.
Nelda comparte que "…trabajé en la Feria Regional en el edificio del Banco Osorno (Banco Santander hoy), trabajaba en contabilidad…después la compró la Tattersall…éramos unas 10 personas…" Gracias a que pertenecía a la Caja de Empleados Particulares se le asignó un departamento en la población Kennedy, la que había sido entregada justo ese año con la ayuda norteamericana para la reconstrucción de la ciudad.
La vida de Víctor Orellana dio un gran vuelco el 5 de enero de 1970, lo que lo obligó a reinventarse y explotar su herencia: "…me pescó una neurosis, me exigieron mucho en la Fuerza Aérea, me trasladaron a Santiago y me dieron de baja…" Pero ya para 1968 Víctor y Nelda se habían lanzado en su propio departamento a la aventura de la confección y la venta de ropa siguiendo los modelos que miles de mujeres usaban en esos años y que aparecían en la tradicional revista Burda: "desde la Fuerza Aérea trabajaba con una cuñada que era muy despierta, Adriana que es matrona, en los burdas sacamos los modelos para las parkas y a mí me enseñó a mechar [intercalar algo entre géneros] en los Burda…"
El momento de su estreno por 1972 en el comercio formal puertomontino fue nada menos que en el corazón del centro de la ciudad: "…había un contador de aquí, don Tufik Milak y él nos tenía cariño por lo que nos consiguió un local en calle Portales cerca de Guillermo Gallardo" en el Inmueble de Conservación Histórica del ex Banco Osorno. "Lo compramos, era unos 30 metros cuadrados…estuvimos unos 3 o 4 años y luego nos ofrecieron uno más al centro, al lado del Pollo Pituco [por calle Varas donde hoy está la librería ABSA) …ese local era de unos 60 metros cuadrados con subterráneo y altillo…" recuerda con satisfacción Víctor.
En un tiempo en que la ropa se hacía en casa y no existían las grandes tiendas del 'RETAIL', los pequeños comerciantes y artesanos tenían oportunidades. Víctor dice: "vendíamos zapatos, enaguas, vestidos, ternos, entraban por las parkas, pero vendíamos todo de ropa…mi mujer era bien empeñosa para ir a Santiago…como el 1975 ella se retiró de su trabajo y quedó a cargo del local del centro y yo estaba a cargo de la fábrica…en el primer local dos vendedoras y mi señora y en el segundo local eran 10 vendedoras".
La demanda superaba con creces a la oferta local: "Vendía 400 parkas y alcanzábamos a hacer 200 a la semana" y visto en retrospectiva hoy Víctor se lamenta de no haber partido a Santiago donde habría podido crecer más rápido. Aun así, se congratula que venían a comprarle sus parkas desde Punta Arenas, Coyhaique y Castro, él tenía fama de que, aunque no eran baratas, eran de gran calidad: "todavía escucho personas que me llaman en la calle por el nombre de mi tienda y dicen que las parkas todavía las tienen no como las de ahora…cada costurera hacía una parka y las hacían bien hechas…".
Su éxito como Vicorella fue consolidado con la adquisición y traslado de un nuevo local bastante más amplio a pocos metros de allí en el mismo edificio. Ese local fue el escenario de un nuevo emprendimiento en 1989 con la ayuda principal de su hijo Mario: el Café Vicorella que funcionó hasta 1991 y que llegó a contratar cerca de 50 personas. "Fuimos los primeros que pusimos una barra para servirse el café como en Santiago y en esa época fuimos uno de los 3 cafés grandes de la ciudad". Desgraciadamente los números no dieron y tuvieron que cerrar.
Desde entonces, Víctor Orellana junto a sus hijos se han dedicado a hacer lo que muchos antiguos comerciantes de la ciudad hicieron: invertir en propiedades y arrendarlas dado el enorme valor que había adquirido el metro cuadrado en el centro de la capital regional. También colaboró para que una nueva generación -sus hijos Mario y luego Fernando (actual concejal)- iniciaran el Hotel Tren del Sur desde donde han surgido nuevos emprendimientos que dinamizan Puerto Montt en los tiempos de la globalización, a pesar de que él sigue añorando el prestigio de sus parkas de antaño.