El filósofo actualmente publica una columna semanal en Las Últimas Noticias.
-¿Qué piensa que pasará en el futuro cercano?
-Que es todavía un futuro muy lejano. No existe el futuro cercano. Todo tiene el tinte de una inquietante lejanía. La incertidumbre difumina el corto plazo, lo inmediato sólo queda en su versión de "más de lo mismo": cuarentena, distancia, restricción. En lo concreto iremos, paso a paso, saliendo de casa y reconociendo, en primera instancia, las rayas que separan los pastelones en la vereda. De allí para adelante veo borroso.
-¿Cómo ve los años veinte del siglo XXI?
-Como una década que se surfeará entre riesgos, conviviendo familiarmente con la posibilidad de catástrofes. Hablaremos más de la especie y menos de la globalización, habrá un gran aprendizaje, con muchas tendencias de la historia tardía precipitándose. Será una década donde convive la máxima expresión del progreso humano con los atavismos de la peste, el descalabro de la naturaleza y las locuras sistémicas.
Multitudes personales
Cuenta el filósofo Hopenhayn que el título del libro ironiza sobre una debilidad de su carácter, que más bien, la convierte en una virtud.
"Mi inspiración filosófica más fuerte es el perspectivismo de Nietzsche, que entiendo como un hacer carne la idea del devenir, convertir la propia conciencia en desplazamiento, pulso, contrapunto. El libro refleja eso, un flujo marcado por el baile de máscaras, el juego de perspectivas. No es sólo la mudanza del objeto de interés, es también la manera de mirarlo".
La selección de textos de su flamante libro la hizo junto al editor Andrés Braithwaite, quien alentó esta recopilación en la cual hubo libertad para corregir y buscar una continuidad desde el contrapunto: "Convertir los quiebres en ritmos sincopados, pero ritmos al fin, llevar la variedad a un lugar en que el libro pudiese transmitir un pulso", explica el autor.
-Su práctica con el aforismo, ¿puede ser un intento de llegar a la poesía?
-Completamente. El aforismo me permite contrabandear poesía, tal vez porque tengo demasiado respeto a la poesía como para aventurarme en sus provocaciones. Leí y escribí poesía entre los 19 y los 24 años hasta que sentí, de golpe, que no podía dar con una voz propia, me faltaba visión poética, perdí el camino.
-Escribe sobre el amor y la pérdida de su misterio, ¿qué alcanzó a atisbar sobre eso?
-Es un tema que obsesiona bastante. Abordo la cuestión del amor o su imposibilidad, la dificultad de amar en un tiempo histórico donde se combinan los excesos del narcisismo y la gestión del yo, el uso hiperproductivo del tiempo, el deseo de cambio permanente, la tendencia a la saturación por el deseo, la pérdida de la pausa, el desencantamiento frente al matrimonio o a la parte de "edificación" que tiene el amor.
-También me dejó ecos el tema del vagabundeo…
-El vagabundeo tiene que ver con la libertad de dejarse dispersar por lo que el mundo te presenta. Me quedó como marca personal, y también generacional, esa idealización del vagabundeo como posibilidad de un misticismo no religioso, mundano, sumergido en la eternidad del instante.
-¿Cuánta eternidad acepta el ajetreo moderno?
-Hoy el "flaneur" de Baudelaire es difícil de hallar porque vivimos cierta abolición de la experiencia, del encuentro pleno entre sentido propio y tiempo presente, apertura interna y encantamiento. Una cosa es vitrinear, colmarse con imágenes, ir de objeto en objeto con un deseo que busca compulsivamente suturar su falta; otra cosa es abrirse al mundo a lo ancho, dispuesto al abismo del extravío, jugando con el vaivén entre lo familiar y lo extraño, absorto por lo que aparece en lugar de querer devorarlo y saciarse cuanto antes.
Fototextos y malditos
Una sección del libro son textos que acompañan fotos de Luis Weinstein de los años ochenta, imágenes sobre las que Hopenhayn poetiza con destreza. "Me gustó explorar esa opción y me pareció, en el camino, que las fotos eran como la red del trapecista, un lugar seguro para hacer acrobacias en el aire: siempre estaría la imagen allí para resignificar, de vuelta, lo escrito. Sin embargo, la escritura sí se constriñe a la imagen porque luchas contra la posibilidad de un lector que descarte tu texto, no puedes eludir la pelea por quedar, post-texto, adherido e inseparable de la foto. Eso lo hace especial: el proceso de escribir es el de buscar todos los recursos analógicos para que tu foto en palabras se pliegue a la foto en imágenes.
-Sade, Morrison y Fassbinder, ¿cómo fue su encuentro con estos hombres, por qué lo imantaron?
-Siempre quise escribir sobre "malditos", personajes a contracorriente que fuesen a medias genios y a medias desquiciados. Si quieres hacer teoría o pensamiento crítico, no puedes hacerlo exclusivamente desde las luces de la razón, también tienes que ponerte en la piel de los que pusieron la razón patas para arriba, que la hicieron más transparente en sus contradicciones al usarla en sentidos inesperados.
- ¿En cuáles?
-El reviente ilustrado de Fassbinder y Morrison opera como cuerpo icónico, por cuanto son modelos-antimodelos, héroes por desborde y transgresión, símbolos de una mezcla intragable de goce y pasión trágica. Sade siempre me atrajo por la locura de repetir hasta el cansancio las mismas escenas de crueldad libertina y justificarlas con las mismas invocaciones libertarias de la Revolución Francesa y las incansables disquisiciones enciclopédicas de los paladines de la Ilustración. Estas disonancias que los tres comparten y que los hacen indigeribles resultan muy potentes.
- Y Usted ¿es un rebelde?
- No de manera literal, por cuanto reconozco en ellos, los rebeldes, como algo que nunca me fue ajeno: la dificultad de cuadrarme, asimilarme, ser de una sola pieza. Es curioso porque creo que transmito más bien la imagen de un ser apacible y adaptable. Tal vez he visto en los malditos mi propio recurso de fuga.
"No existe el futuro cercano. Todo tiene el tinte de una inquietante lejanía. La incertidumbre difumina el corto plazo".
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