El Señor Estado es un ente altamente despreciable. Sobre todo, para los defensores de Míster Privado. Ese desprecio, sin embargo, se transforma en un amor lujurioso -casi pornográfico- cuando Míster produce pérdidas y le pide a Estado que compartan las pérdidas, o que los salve enteritos. Es en esos momentos cuando dejan de hablar de la "grasa del Estado", porque la parrilla no está para filete.
El Míster se va derechito a Palacio, buscando a alguien que fue gerente o que pronto lo será, para recalcarle a la autoridad que las fuerzas del mal (el Dieciocho-10 y el covid-19) han hecho alianza para pulverizar todo lo pulverizable. Y además, advertirle que en algunas calles se le falta el respeto al libre mercado, y hay gente vendiendo lechugas, lo que amerita la aplicación de la Ley Antiterrorista.
Míster Privado tiene avales en el Congreso, aunque esto suene raro. De hecho, el Señor Estado mantiene y sostiene legisladores durante años, lustros y décadas, a sueldos de entre 10 y 20 millones de pesos mensuales. Todo esto no implica que ellos acepten la entrega de 65 lucas a cualquier patipelao (de ésos que venden lechugas), porque pueden acostumbrarse a vivir del Estado. Por ello, hay que privatizarlo todo, con excepción de las pandemias, que arrojan demasiadas pérdidas al patrimonio económico de la gente como uno. Dentro de este grupo, no caben los vendedores de lechugas, aunque sí los empresarios de la crema ídem, vendedores de pomadas para distintas epidermis, e inversionistas nivel far west (perdón, Forbes).
Ahora, la buena noticia es que Míster Privado tiene controlada la situación de Señor Estado, y es casi seguro que el límite a la reelección de cargos parlamentarios no será retroactiva. O sea, habrá varios ancianos -corredores- que "debutarán" en las próximas elecciones como aspirantes a repetirse el plato. Es emocionante el oriental respeto a la ancianidad que exhibe nuestro país con estos hombres de Estado que -hay que decirlo- nada tienen que ver con los ancianos que venden lechugas. Estos últimos ya casi no corren y les cuesta trabajo mantenerse respirando, desde mucho antes de que estallara la pandemia.
Jorge Loncón, escritor