No cesa de preocupar la cuantía de la generalizada caída económica que está causando en Puerto Montt la vandálica violencia, luego de transcurrido más de un mes de la crisis ciudadana en el país; la que, sin embargo, ha ido logrando innovadores acuerdos sociales cupulares con un enfoque más humanitario y de justicia.
A las pérdidas en dinero y oportunidades experimentadas por las mini, pequeñas y medianas empresas, por la hotelería y la gastronomía, por el turismo regional en toda su extensión - y que sobre todo ven amenazadas sus opciones de recuperarse en la cercana temporada estival-, se añaden también los importantes costos originados de la destrucción misma antisocial en la ciudad.
Al realizar un balance de los daños ocasionados, en estas anómalas circunstancias, en el mobiliario urbano de la capital regional, la municipalidad cuantificó pérdidas por 524 millones de pesos. Entre ellas, las principales se establecen en contenedores de basura quemados y semáforos y cámaras de televigilancia destruidos, además de los serios perjuicios infligidos a la moderna fuente de agua recién adquirida y que formaba parte de la modernización y remodelación puertomontina.
Nadie puede quedar imperturbable frente a lo ocurrido con el rostro estructural de Puerto Montt y tanto perjuicio soportado en sus edificios públicos y privados, comerciales, turísticos, de patrimonio y religiosos… Ya no hay vitrinas ni escaparates. Todo lo atractivo y original desapareció del mapa. En su reemplazo, emergieron bloques metálicos y de madera, para proteger de los disturbios, apedreamientos y saqueos.
Algunos destacados arquitectos ya hablan de un rediseño de Puerto Montt, tras la agresiva hecatombe. Quizás se refieran a estructuras modulares a prueba de los más cruentos embates naturales, ya sean sismos, erupciones, maremotos, aluviones o simplemente humanos.
Lo concreto es que después del estallido social ya nada será igual. Ojalá para bien.