Terremoto social en Chile: un quiebre del alma nacional
Dr. Franco Lotito C. Académico, escritor e investigador El experto Franco Lotito desmenuza las causas del estallido social que ha remecido al país durante estos últimos días.
El discurso -o proceso comunicativo- es un factor que cumple una función no sólo como elemento socializador, comunicacional e ideológico, sino que también se convierte en un factor determinante que permite aglutinar -o también separar y enemistar- a grupos de personas en torno a ciertas ideas, expectativas, principios y valores.
Nuestra incompetente clase política ha logrado, finalmente, hacer estallar con todas sus fuerzas la rabia, molestia, descontento e indignación acumuladas por décadas durante estos últimos casi 30 años de pseudo "democracia", donde abundaron miles de promesas de futuro bienestar nunca cumplidas, así como también un exceso en abusos, trato indigno, corrupción a destajo por parte de una clase política y gobernante que nunca se cansó de explotar y expoliar al pueblo al que dicen "servir", hasta que el pueblo se cansó y salió a las calles a manifestar su frustración e indignación, situación que, posteriormente, terminó con un grupo de chilenos que se pasaron al otro extremo: el de los saqueos, vandalismo, de la destrucción masiva y devastación sin sentido, y que terminará afectando a los más vulnerables y pobres de Chile.
"Desindividuación"
Uno de los procesos o fenómenos psicosociales que explica la conducta violenta e irracional que tuvieron cientos de miles de chilenos durante esta semana de octubre a nivel nacional, lleva por nombre "proceso de desindividuación", de acuerdo con el cual, el sujeto, al encontrarse al interior de un grupo de personas, pierde el sentido de su yo, de su identidad, de sus valores y de su responsabilidad individual, y se deja llevar por las acciones y emociones del grupo -por destructivas que éstas sean-, produciéndose una suerte de contagio emocional e histeria colectiva que lleva al grupo -y al sujeto individual- a realizar innumerables actos aberrantes y reprochables desde todo punto de vista.
La persona, de hecho, termina realizando actos y acciones que nunca se atrevería a hacer si estuviera solo o aislado (M. Hogg, 2008; S. Robbins, 2016). La inesperada -y también brutal- conducta que ha tenido una parte importante de la sociedad chilena ha sorprendido a muchas personas, incluyendo a profesionales expertos en el comportamiento psicológico y social del ser humano, ya que los numerosos actos vandálicos que se han producido van mucho más allá de lo meramente estructural, ya que ahora también entra en juego el grave daño emocional, moral y de imagen que hemos provocado, tanto en contra de nosotros mismos como así también ante el resto del mundo, que hoy nos observa atentamente.
La pregunta que debemos hacernos al respecto de este comportamiento violento y altamente destructivo es muy simple: ¿somos los chilenos -en términos generales- como aquella mítica figura del Minotauro de la Grecia antigua -mitad hombre, mitad bestia- que destruye, devora y arrasa con todo cuanto se le pone por delante?
Clase política
¿Cómo explicamos lo acontecido con la conducta de nuestros compatriotas durante estos días de furia desatada? ¿Qué factores -o circunstancias- gatillaron los severos estallidos de violencia, descontrol, pillaje y destrucción total?
No cabe duda que al responder esta última pregunta, los dardos se dirigen hacia la clase política de nuestro país, como así también hacia los grandes empresarios y las autoridades de los distintos gobiernos "democráticos", por su ineptitud e incapacidad para responder a las verdaderas necesidades de la absoluta mayoría de nuestro país.
Un país que se ha sumido en una gran ola de rabia, indignación y molestia acumulada: AFPs que sólo entregan jubilaciones indignas, miserables y de hambre; salud pública de pésima calidad, con listas de espera interminables y con pacientes que mueren esperando por una atención; educación pública que sólo produce sujetos semi analfabetos; colusiones al por mayor entre grandes empresarios, y entre empresarios y autoridades de gobierno (quienes, como gran castigo, sólo reciben "clases de ética"); corrupción a destajo en la clase política con privilegios y dietas parlamentarias con montos que son obscenos; generales de Carabineros y del Ejército desvalijando al Fisco; jueces corruptos con nexos con el narcotráfico que sólo imparten justicia para los "suyos"; sueldo mínimo indigno y que sólo permite una condición de esclavitud permanente; farmacéuticas, farmacias y entidades bancarias coludidas para esquilmar a sus clientes y… para qué continuar.
¿identidad nacional?
Ahora bien, ante los miles de actos irracionales que hemos vivido, surge una pregunta lícita de hacer: ¿existe, realmente, algo que pudiéramos denominar como la "identidad" del chileno o es sólo el resultado de un espejismo comunitario, en que todos estamos participando de una suerte de ilusión colectiva, con la finalidad de hacernos sentir algo mejor de lo que en realidad somos?
Hace tan sólo algunas semanas atrás -en el Mes de la Patria, ricos y pobres, los de izquierda y los de derecha, los de arriba y los de abajo, bailaban, comían y disfrutaban juntos -y fraternalmente unidos- al son de la cueca, de la chicha y de la empanada, y luego, tan sólo algunas pocas semanas después, el caos, vandalismo, la destrucción y el descontrol total, condición que al final terminó con las fuerzas militares en las calles, a fin de imponer algo de orden.
Ante esta triste realidad, deberemos aceptar que este "terremoto social" ha resquebrajado seriamente no sólo los cimientos y la infraestructura de cientos de supermercados, de innumerables locales de pequeños comerciantes, decenas de estaciones de Metro destruidas, decenas de trenes y buses de transporte público incendiados, etc., sino que la esencia misma de nuestra identidad nacional.
Ante las miles de imágenes denigrantes de saqueos, ataques a la propiedad pública y privada, incendios provocados, pillajes masivos y destrucción sin sentido captadas por decenas de cámaras de televisión -tanto nacionales como extranjeras, nos vemos obligados a preguntarnos y cuestionarnos… ¿qué pasó con el alma nacional? ¿Qué sucedió con una parte importante de las personas que conforman la población de nuestro país?
Lo cierto es que hemos sufrido una suerte de "falla estructural en el plano valórico". El periodista Francisco Mouat expresó en una ocasión que esa misma devastación que corta la luz y el agua, que impide el normal abastecimiento de alimentos y combustible, que bloquea con barricadas las calles y caminos, es la misma que muestra el lado más salvaje y oscuro del alma humana, a saber, esa "condición de cucarachas que surge en situaciones límites".
Quiebre del discurso
Hoy tenemos a cientos de miles de personas -hombres, mujeres, ancianos y niños- con palos y fierros apostados frente a sus casas y negocios, con la única finalidad de evitar que una turba enloquecida, enceguecida y fuera de todo control entre a saquear las casas, edificios y los pequeños negocios de los propios vecinos.
Se ha quebrado la relación entre lo que, supuestamente, somos como pueblo chileno y la conducta final de las personas, entre aquello que decimos y aquello que hacemos -y que mostramos- ante nosotros mismos y el mundo entero.
De una nación que se enorgullece de los discursos, donde se destacan la honestidad, la solidaridad, la rectitud y corrección con la que actuamos los chilenos, dando lecciones al resto del mundo en cuanto al respeto por las leyes, la honorabilidad, el cumplimiento de las normas, valores y principios éticos, hemos tenido que pasar a observar cómo, de la noche a la mañana, todas estas normas, leyes, principios y valores de solidaridad han sido sustituidas por actos plenos de violencia, donde el pillaje, el saqueo, el latrocinio, el robo y el incendio premeditado han terminado por imponerse en el quehacer nacional y han socavado totalmente el "imaginario social del buen chileno, del chileno correcto y solidario".