Días atrás, un ciudadano extranjero me decía, con cierta admiración, que una de las cosas que le gusta de Chile es que los servicios, en general, funcionan y están disponibles, aunque le llama la atención que todo se cobra, y normalmente a un precio no menor. No sé si después de lo ocurrido en Osorno este amigo siga pensando lo mismo, pero efectivamente, en Chile prácticamente todo se paga. Pagamos por el agua, la energía, las carreteras, la salud, la educación, la previsión. Además, estos servicios son proveídos, en buena parte o exclusivamente en algunas áreas, por privados, con o sin fines de lucro. Pero desde hace algunos años este modelo está siendo puesto en duda y ha entrado en crisis en nuestro país. Durante el gobierno de la presidenta Bachelet hubo una manifiesta inclinación por impulsar reformas que permitieran a los ciudadanos reconocerse como titulares de derechos y no como usuarios de servicios. E mesa dirección apuntaron sus reformas. El programa del Presidente Piñera, en tanto, se propuso un retorno al modelo original que, aunque con perfeccionamientos, sigue priorizando la idea la competencia y el mercado. Pero los porfiados hechos, la presión de la opinión pública y la actitud firme de la oposición, han llevado, muchas veces, al Gobierno a reformular sus propuestas. Esto ha sucedido en materia de salud y de previsión, y aún así, no está claro que los proyectos del Gobierno sean aprobados. No estaba en los planes del Gobierno modificar el régimen tarifario de las empresas eléctricas, pero el escándalo de los medidores lo obligó a proponer una revisión del límite de la rentabilidad para las empresas. Nadie previó la crisis del agua potable en Osorno, que seguramente obligará al Ejecutivo a adoptar medidas de mayor regulación a las empresas del sector. Y es que la realidad de las cosas es más fuerte y termina por imponerse. En todos estos casos, se trata de servicios públicos. El agua, la energía, la salud, la educación, no son simples bienes o servicios que se pueden comprar libremente en el mercado. Aunque los provean empresas privadas, ellas no son libres de ofrecer un producto cualquiera y en las condiciones que deseen.

Rabindranath Quinteros Lara.

El arte no sólo se da en los grandes escenarios y ante empingorotado público, también emerge -según el talento y fervor de sus protagonistas- en las mismas calles de las ciudades y pueblos del mundo. Como en Puerto Montt, donde los entusiastas artistas urbanos gozan de una consideración especial de sus autoridades y del público.

Esto se puede apreciar -en todo su esplendor- a través del gran Show, que para ellos se reserva una vez al año en el principal recinto cultural porteño, el Teatro Diego Rivera, que en esta oportunidad está programado para las 17 horas del 9 que viene.

En esa fecha y espectáculo, el público que sabe apreciar la vocación y talentos de nuestros artistas callejeros, acude a disfrutar la oportunidad en la Casa del Arte. Y lo hace atraído por la calidad y pasión que cotidianamente muestran con espontaneidad en las callejas porteñas, ya sea cantando, con melodiosas y diáfanas voces; tocando con destreza inigualable algún instrumento musical; con inspirados bailes o realizando con maestría increíbles malabares circenses.

Nuestros artistas urbanos no le son indiferentes a nadie. Y la geografía de la ciudad los tiene asimilados. Muchos de sus sectores salen del anonimato y cobran relevancia con la siempre optimista y festiva presencia de ellos. Sin acuarelas, sólo con el pincel de su pasión artística, van borrando de las calles el gris pesimista del invierno y cubriéndolas del arcoiris de su alegría de vivir, por más dura que sea la subsistencia. Nos animan, motivan, impulsan a no olvidar que no sólo el yo pervive. También, existe ese prójimo que con sacrificio -pero con optimismo y dignidad- entretiene, recrea e incorpora a otra dimensión las cosas rutinarias.

Son varios los animadores populares del gran evento del 9 próximo en el Rivera. Entre ellos, los aplaudidos Hugo Añazco, "El Charro de Plata"; José Leuquén, Luis Gómez, Juan del Río Trincado y "El Barba", y otros, como aquellos músicos estudiantes que han formado conjuntos que han causado sensación en las esperas entre semáforos.

Qué bien. La cultura ha acogido al artista urbano.