Cuando se están impulsando grandes proyectos, destinados a modernizar la costanera y el centro urbano de nuestra ciudad-puerto, es oportuno tener muy en cuenta postergadas iniciativas, que, derechamente, implicarían un aporte al ornato y significancia de esas obras en perspectiva, cuyo destino es embellecer más a Puerto Montt, darle bienestar a sus habitantes y conferirle la estatura turística que merece como capital regional.
Sería atinado y conveniente -y hasta de justicia-que se incorporasen -entre las obras que vienen relacionadas con el desarrollo del borde costero local- monumentos en planes como el que se anhela levantar en homenaje al Papa Juan Pablo II, que nos visitase en abril de 1987, y el dedicado al Hombre de Mar (1964), encarnado en el legendario capitán mercante Luis Alcázar, cuya alegoría en su honor desapareció en 1985.
Ambos tributos están relacionados con el mar que baña nuestras riberas.
Recordemos que el Pontífice, hoy santo, aquel 4 de abril de hace 32 años (que se cumplirán el próximo mes) navegó por la rada de Puerto Montt en el buque naval sanitario "Cirujano Videla". Desde cuya cubierta exclamó varios veces: ¡Hermoso...Hermoso…Hermoso!, extasiado por la belleza marítima circundante y volcánica del entorno, aquel histórico día de sol resplandeciente. Puerto Montt testimonió aquel suceso, bautizando Juan Pablo II el Museo y otros lugares representativos, y el escritor e historiador Sergio Millar Soto le dedicó el libro "TÚ ERES PEDRO: El Papa en Puerto Montt". Sin embargo, falta lo más importante: su efigie adornando nuestra costanera y que él recorrió, mientras bendecía a la multitud fervorosa.
Sobre el Monumento al Hombre de Mar, dedicado al capitán Alcázar y a quienes cumplen las nobles tareas marinas, se ha escrito mucho, con otras tantas promesas de restituirlo. Pero, ahora que el borde costero progresará, si lo incluyen será un aporte indiscutible, junto con la estatua a San Juan Pablo II. Dos grandes de nuestra historia, que dejaron un legado de verdadera grandeza.