El ser humano no está hecho para vivir en solitario, sino más bien para comunicarse y estar en relación con un otro. Una de las relaciones más complejas y trascendentes a la que se ve enfrentado es la relación de pareja. Sentirse enamorado está generalmente asociado a la convicción que este sentimiento nos acompañará siempre con la misma forma e intensidad, y en todo momento.
Tal ilusión o fantasía se ha visto fomentada por el mito del amor romántico, cuyo origen está en los cuentos de hadas. En ellos, las dificultades están presentes antes de la unión definitiva. Si el príncipe logra superar esas trabas y unirse a la princesa, el cuento termina con el clásico "y fueron felices para siempre…"
En la vida real las cosas son distintas, puesto que las mayores dificultades en una pareja aparecen con la convivencia, cuando nuestras expectativas no se cumplen. Al enamoramos, esperamos que el otro nos entregue todo eso que anhelamos, aquello que la vida no nos ha dado y que pensamos que necesitamos para ser felices. Sería menos doloroso, si pudiéramos darnos cuenta, que nadie puede entregarnos lo que no tenemos y que el gran desafío es lograr desarrollarnos junto a otro, pero no a costa de otro. Enamorarse sólo es el punto de partida del amor, no es un acto de la voluntad, mantener un amor sí lo es. Requiere de esfuerzo y una constante adaptación a condiciones nuevas. Existen dos historias, dos costumbres, dos visiones del mundo, dos valores, dos familias de origen. Poder unir estos dos mundos en una nueva y única creación es un desafío para la pareja.
La falta de comunicación adecuada ya sea verbal, afectiva o sexual, es también una de las razones por la que muchas parejas tienen dificultades. Los desacuerdos exigen en cada uno una capacidad de ceder por lo menos un mínimo, y son una invitación a cada uno de explorar el mundo del otro, y por lo tanto a conocerse mejor.
Es precisamente trabajando los entrampes en la comunicación, que la pareja puede encontrar otras soluciones a sus conflictos y llegar a implementarlas. En una relación de pareja madura y lograda, ninguno está sobre el otro, se requiere que ambos sientan una igualdad de valor, donde tengan los mismos derechos y obligaciones, una flexibilidad en los roles, evitando rigidizarse en una postura y resguardando la intimidad de la pareja, sin que esto implique la pérdida de la individualidad de cada uno.
Magdalena Bravo Lira. Terapeuta familiar, Centro Nacional de la Familia (Cenfa)