Como nunca antes, esta vez, la nobleza de alma y el espíritu humanitario de los puertomontinos resplandeció, cual estrella de Belén, en los días previos a la Navidad, a través de admirables iniciativas y gestos de fraterna solidaridad, para que los niños y personas más vulnerables, los hermanos migrantes solitarios y en dificultades, tuviesen la alegre sorpresa de un regalo, la emoción de compartir una mesa fraterna y el encanto de un paseo por el maravilloso paisaje marítimo del Reloncaví.
Anoche (valga la redundancia) fue Nochebuena y hoy es Navidad. Velada de obsequios, cariño y gratitud. De pequeños que amanecieron con juguetes junto al árbol pascual. De mayores también agasajados de alguna manera mutuamente. Tiempo de paz, de buena voluntad y de unidad familiar. Mientras Jesús renacía en cientos de diminutos pesebres hogareños, de templos y en el retablo de la Plaza, al conjuro de fervientes oraciones, inspirados cánticos y amorosos sentimientos.
La sagrada familia de Belén, en este renacer espiritual de Jesús en los corazones de la humanidad, debe haber estado inmensamente dichosa con el ejemplo de caridad y sensibilidad humanitaria, que deslumbró -de manera muy especial- en los días de vísperas de Navidad en Puerto Montt. Mucha fue la gente que se preocupó de su prójimo más humilde. Los fleteros marítimos de Tenglo solidarizaron con los migrantes, demostrándoles la ternura de su afecto por ellos, con obsequios y paseos por la bahía. Otras agrupaciones vecinales y religiosas también brindaron su cariño prenavideño a las familias extranjeras más complicadas. Mientras que otras entidades se ocupaban de los pequeños más desvalidos de hogares de menores y de poblaciones modestas de la ciudad, recolectando presentes para que tengan una digna y especial Nochebuena.
Con el corazón estremecido y rebosante, muchos comprendieron que -al pensar y verse en la necesidad hacer algo por los más débiles y olvidados, mediante diversas iniciativas de caridad- se habían autoregalado la Navidad más feliz de sus vidas.