Tras el cierre de las postulaciones al Sistema de Admisión Escolar, conoceremos el desglose de cómo se estructurarán las matrículas para el año 2019 en la educación pública, que con este sistema ha logrado detener la fuga de alumnos a la educación que conocíamos como subvencionada y/o particular. Y es probable que también conozcamos de casos en los que una familia no sólo no haya quedado en la primera opción de postulación, sino que además, tenga que matricular a uno de sus hijos en un colegio y al otro en uno totalmente distante del primero, con el consiguiente costo familiar que ello implica. Pero de lo que seguro no se discutirá, será de la calidad de la educación que estamos entregando a nuestros niños en el sistema público; ya que ese debate ha estado absolutamente ausente de la agenda, donde la gratuidad e incluso las demandas de los profesores, han concentrado las miradas y las promesas políticas de uno y otro lado.
Pero, ¿estamos formando a los futuros profesionales y técnicos que el país necesita? En el aula, ¿les estamos entregando las competencias y habilidades -más allá incluso que los conocimientos- para un mercado laboral que cambia con inusitada rapidez? ¿Cuántas escuelas públicas están formando a los niños y jóvenes en habilidades para la vida? Ni hablar de la formación más integral, en materias como el idioma o el desarrollo de habilidades artísticas o de expresión oral o de pensamiento crítico. La verdad es que en muchos de esos aspectos estamos al debe.
Hoy la diferencia de oportunidades que se advierte en la educación pública versus la educación particular es considerable, y ahí el Estado debiera jugar un rol mucho más proactivo.
Las capacidades de nuestros niños son las mismas; sólo es cuestión de sacar lo mejor de cada uno de ellos, potenciando aquellos aspectos para los que tienen más habilidades. Y en ese sentido, el aprendizaje por competencias, debiera ser un foco de la educación temprana. Así como el vínculo con el territorio, para estimular el sentido de pertenencia y el desarrollo de habilidades de cara a las industrias de la zona, que son donde el día de mañana van a trabajar.
La educación es definitivamente el gran motor de cambio de un pueblo; es el instrumento a través del cual podemos terminar con la pobreza y salir del subdesarrollo. Pero hasta ahora nos hemos quedado sólo en la consigna, más que en el fondo del problema. Y salvo honrosas excepciones, que han motivado más de algún reportaje de TV, donde el espíritu innovador y de compromiso con la profesión, marcan la diferencia entre el profesor distinto y el resto; en la generalidad, la realidad nos muestra una suerte de estancamiento de la educación pública, que debemos atender.