Con todo el revuelo producido por la noticia de que dos jóvenes chilenos se encuentran en prisión hace siete meses en Kuala Lumpur en Malasia, cabe preguntarse cuál es la función del derecho internacional en este asunto.

Lo primero que cabe hacer presente es que Chile y Malasia han suscrito la Convención de Viena sobre Relaciones Consulares.

Por lo tanto, corresponde que se les preste toda la asistencia que sea necesaria por parte del consulado a nuestros connacionales , los cuales se encuentran en este tipo de delicadas situaciones en el mencionado país.

Esto incluye velar porque se les garantice un debido proceso, se les respeten sus derechos fundamentales y no sean objeto de discriminación.

Por otra parte, hay que atender a los principios que imprimen el derecho internacional y entre ellos uno de los más importantes, el deber de no intervención.

Esto quiere decir, que no obstante cuando las leyes y procesos penales en Malasia sean distintos a los chilenos, se deben respetar y Chile, en consecuencia, no puede intervenir en el proceso llevado a cabo en Malasia contra nuestros compatriotas.

Sin embargo, cabe señalar también que es importante atender a la doctrina del trato nacional, que establece que los extranjeros que se encuentran residiendo en un país determinado no pueden recibir mejor trato que los nacionales, pero deben recibir un trato que no sea inferior a un standard mínimo internacional.

Si esto ocurriera, es decir si se les otorgara un trato vejatorio, el Estado de Malasia podría incurrir en responsabilidad internacional, además de tener la posibilidad del Estado de Chile de otorgar Amparo Diplomático a sus nacionales.

La pregunta es entonces si es que las normas y leyes que rigen en el Estado de Malasia respetan o no un standard mínimo internacional, que garantice que nuestros compatriotas serán juzgados de acuerdo a un debido proceso que sea respetuoso de sus derechos fundamentales.

Natalia Hernández Neira. Docente de Derecho Internacional. Universidad Santo Tomás. Sede Puerto Montt.

Una fecha histórica, por sus trágicas consecuencias de muerte y destrucción, que nunca se olvidará y que probó el valeroso temple de heroica recuperación de los sureños -gestando un ejemplo de cómo enfrentar y levantarse de las catástrofes-, fue el 22 de mayo de 1960. Día en el que se desencadenó sobre Puerto Montt, la región y la zona sur, el más potente y devastador terremoto, que alcanzó los 9.5° de la escala de Richter. Hasta hoy considerado -globalmente- uno de los más violentos.

Angelmó quedó en el suelo. Las instalaciones portuarias se desplomaron y sus gigantescas grúas cayeron al mar. La estación ferroviaria se derrumbó, al igual que el antiguo malecón y el muelle de pasajeros. Mientras el Hospital, escuelas, iglesias, molinos, hoteles, el puente sobre el río Chamiza, la Ruta 5, entre otros, también resultaban heridos con los embates de aquel desastre telúrico. Como asimismo, el 70 por ciento de las casas de la ciudad quedaron seriamente dañadas.

Pero había que levantarse desde los escombros. Apelando a la unidad solidaria, movidos por una voluntad valerosa y perseverante, los puertomontinos trabajaron sin pausas y lo fueron logrando. Y en 1974, esos merecimientos le valieron a Puerto Montt transformarse en la estratégica capital de la Región de Los Lagos, base de su promisorio despegue futurista del presente.

El milagro de la reconstrucción fue posible gracias a la decidida labor mancomunada entre la población y las Fuerzas Armadas y de Orden, Bomberos, Defensa Civil y Cruz Roja, Club Aéreo, organizaciones vecinales, entre otras entidades. A la vez que internacionalmente contribuyó en gran medida -a este renacer porteño desde las ruinas que dejó el terremoto- la pronta ayuda fraterna de países como Estados Unidos, México y Alianza para el Progreso.

Hoy, a 58 años de tan devastador fenómeno de la naturaleza, Puerto Montt y su gente lo recuerdan como una experiencia que ha templado la voluntad, para estar prevenidos y mejor organizados frente a estas aciagas sorpresas. Y continuar en la senda de progreso, sin miedos y con fe en el porvenir.