Para todos quienes somos católicos, la llegada de Su Santidad Francisco es una gran noticia. La venida del Sumo Pontífice al país, no se puede dar en una mejor oportunidad que esta. Porque, como dijo Francisco hace poco más de un año, la construcción de puentes entre personas y pueblos es fundamental para el mundo.

Sin duda alguna, los últimos años han estado marcados por discusiones agresivas y descalificaciones de lado a lado en nuestro país.

Tal vez, ese cambio de actitud es de las mayores urgencias que existen hoy en Chile, el mejorar el trato, sobre todo en la política, en donde no nos encontramos con enemigos, sino que con adversarios políticos que, tanto en Chile Vamos como en la Nueva Mayoría o el Frente Amplio, lo que buscamos todos es un mejor país, pero la forma de construirlo, es diferente entre unos y otros. Esa variedad de miradas es una riqueza y no una fuente de división. La influencia del Papa en la política mundial es innegable. SS Juan Pablo II, en su minuto, tuvo una posición bien definida respecto del comunismo, al cual combatió desde su nombramiento. Por otra parte, también tuvo un rol en la mediación entre nuestro país y Argentina en la tensión que vivimos ambos países a fines de la década de los 70.

Por eso que, además de la alegría de quienes vivimos en la fe de recibir a Francisco, tenemos también una expectativa de conocer su mensaje en este contexto, y recibir su mirada respecto de los desafíos que tiene nuestro continente hoy, una región que todavía sufre las penurias de la pobreza y el dolor de las dictaduras que dominan Venezuela y Cuba.

Escuchemos con el corazón abierto al "constructor de puentes", y que su mensaje de amor logre apaciguar los ánimos y desterrar las faltas de respeto que de forma tan frecuente inundan nuestra contingencia y empecemos a despedir los últimos años de esta década con un espíritu de unidad y progreso, en donde las diferencias de opinión no sigan siendo un motivo para las descalificaciones, y así podamos entonces centrarnos en las urgencias de quienes más lo necesitan.

Felipe de Mussy Iriart. Diputado de la República. Región de Los Lagos.

Apesar de nuestras buenas intenciones de preservación patrimonial, los puertomontinos siempre solemos fallar llegado el momento de practicar esos compromisos. Es lo que acontece con la estatua del Cacique Cayenel, La Silla del Presidente (histórico tronco de alerce), el vagón del tren, el Monumento al Hombre de Mar, el prometido busto a Mauricio de la Parra (creador de los Temporales de Teatro), entre otros símbolos de Puerto Montt víctimas de la indolencia frente a los testimonios del pretérito local.

La más reciente y palpable muestra de lo señalado, es el chocante estado de deterioro en que se encuentra el monumento al cofundador de Puerto Montt, capitán de Fragata Buenaventura Martínez Díaz. Efigie que está instalada en la Plaza de Armas de esta ciudad y que lleva el nombre de este ilustre precursor. Se halla sucia, rayada, carcomida, en evidentes condiciones de abandono. Negligencia que se hace más patente y patética, si consideramos la trascendencia del personaje que la estatua representa y la importancia que siempre reiteramos tienen las expresiones y tesoros históricos nuestros.

El señalado monumento, dedicado al capitán de fragata Buenaventura Martínez Díaz, fue inaugurado en la Plaza de Armas de Puerto Montt el 28 de diciembre de 2003, a solicitud del Distrito Naval Chiloé y la Municipalidad local. La efigie fue creada por el escultor porteño Pedro Bustamante, en homenaje a ese ilustre marino que trajo los primeros colonos a Melipulli. Lo que significó, al mismo tiempo, la recuperación del nombre original de la plaza (1852), a la cual en 1892 se había llamado "Manuel José Irarrázaval", en memoria del autor de una ley que favoreció al país, pero no en especial a Puerto Montt, como sí lo hizo el comandante Martínez.

No hay que olvidar que El Llanquihue fue entusiasta impulsor de la campaña que desembocó en el feliz resultado del rescate de la denominación primigenia de nuestra Plaza de Armas, que hizo justicia con un pretérito que es ejemplo de pujanza laboriosa, progresista y visionaria.