Mientras los parlamentarios acordaban entrar a trabajar el día 2 de enero a las 17.30 horas (cuestión que luego de las críticas modificaron e ingresarán a las 16 horas...), en el sur del país, cientos de compatriotas siguen luchando por encontrar a sus familiares, bajo el lodo que sepultó a medio pueblo en Villa Santa Lucía. El contraste marca la distancia que hay entre quienes hoy nos representan en el Parlamento y quienes viven las inclemencias de la vida diaria, ya sea por efectos de la naturaleza o por los apuros de la más variada índole, entre los que claramente no está el cuestionarse el horario de entrada a trabajar el primer día hábil del año. De hecho, no son pocos los que trabajan el día 1 de enero, y jamás cuestionarían su horario de ingreso, porque en muchos de esos casos cumplen funciones de verdadero servicio público.
Pero más allá de este bochornoso capítulo, detengámonos en lo que nos debe ocupar, como es el drama que afecta y golpea a Palena. Porque una de las discusiones que se ha comenzado a dar, tiene que ver con la reconstrucción del poblado y fundamentalmente con su emplazamiento. Ya que evidentemente se busca privilegiar una zona segura. Pero en esta discusión, sumado a los antecedentes técnicos que por cierto hay que considerar, hay que poner en la balanza el sentido de pertenencia que tiene la gente de regiones con su territorio, variable que pocas veces se considera en la capital. Las experiencias anteriores, como el desplazamiento de los habitantes de Chaitén o lo que ha ocurrido en la costa tras el tsunami del 27/F o en Valparaíso con la gente que vive en las laderas de los cerros, no han sido casos exitosos. Todos vuelven luego a vivir a su territorio, donde forjaron su vida. De manera que esta variable es un aspecto que hay que tener en cuenta a la hora de la reconstrucción de Villa Santa Lucía.
La gente que ha hecho Patria en el sur, ha desarrollado un profundo arraigo por el territorio, por la forma de vida y por las costumbres de una zona rica en valores que paulatinamente se han ido perdiendo en la ciudad; y que, como sociedad, tenemos el deber de conservar, entregándoles las herramientas que para que se desarrollen en su entorno, pero sin correr riesgos innecesarios.
En consecuencia, el llamado es a oír la voz de la gente y de nuestras autoridades, aquellas que conocen el sentido de pertenencia que tienen los habitantes que hoy sufren no sólo por recuperar los cuerpos de sus familiares y amigos, sino que también se desvelan pensando dónde tendrán que volver a comenzar sus vidas, ahora sin varios de los suyos.