Si hay un patrimonio que honra e identifica desde siempre a Puerto Montt -con el señorío y prestancia de un símbolo cabal-, ese no es otro que la Lancha Chilota, que aunque en los últimos decenios fue desplazada por embarcaciones motorizadas, sigue vigente en la memoria y el corazón de los porteños, como uno de sus más valiosos tesoros históricos en la navegación sureña.

Se trata de esa misma barca velera, que por decenios adornó -galana y pintoresca- las playas del eterno Angelmó y que apasionó a los más afamados artistas plásticos puertomontinos y del extranjero, que pintaron una y otra vez a las ventrudas y románticas lanchas chilotas. Las que también navegaron los siete mares en las inspiradas obras de esos pintores y que hoy embellecen rincones globales.

En los decenios del 60 y el 70, había aquí más de medio centenar de estas naves que surcaban -con leña y productos insulares- la zona de Llanquihue, Chiloé y Palena. Las que con el tiempo fueron desapareciendo, a pesar de las regatas hacia el sur que se organizaron para revivirlas. Una de ellas, la de "Velas al Sur", Calbuco-Puerto Montt.

Las lanchas chilotas eran construidas por avezados carpinteros de ribera -como los Gallardo y los Mautor- de la zona de Mañihueico. Su estructura era de madera de ciprés, de 9 metros de eslora (largo) por 4 de manga (ancho) y 1 metro 60 de puntal (profundidad). Y su valamen lo forman las velas "menor" y "chica", cosidas a mano; mientras que su andar, con viento propicio, alcanzaba hasta 10 nudos.

Aunque en las últimas décadas hubo intentos de reflotar algunas de estas gallardas veleras, para conservar su presencia en nuestros días, su ausencia continúa haciéndose sentir. Sobre todo, en estos días en que se valorizan, con fervor, los patrimonios. Por eso hoy, rescatamos, con vehemencia, ese clamor. Pidiendo el regreso de algunas de estas memorables lanchas chilotas al Angelmó de sus amores, como fidedigno testimonio de un próspero pretérito marítimo, turístico y del arte plástico, que bien podría renacer y proyectarse al porvenir.

Junto con anunciar su partida -"voy al Padre"-, Jesús asegura a sus discípulos entristecidos: "No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes". Y lo promete cinco veces al menos, en la última Cena: "Yo pediré al Padre y les dará otro Defensor (Paráclito) para que esté con ustedes para siempre, el Espíritu de la verdad". La venida del Espíritu Santo es una nueva forma de presencia de Jesús en medio de nosotros y en nosotros. La partida de Jesús de este mundo al Padre se realiza por su muerte, resurrección y ascensión al cielo. La Ascensión marca la entrada definitiva de la humanidad de Jesús en el dominio celestial de Dios de donde ha de volver. El "cielo" es estar con el Padre en su propio "hábitat" omnipresente y eterno, compartiendo su gloria. Jesús es constituido Señor del universo y de la historia, y cabeza de la Iglesia. Sentado a la derecha del Padre no se olvida de nosotros, intercede como mediador y nos envía su Espíritu. La Ascensión es una fiesta de esperanza, porque muestra el destino al que estamos llamados quienes creemos en El: llegar a la gloria, como miembros de su Cuerpo -la Iglesia- de la que El es Cabeza. "Somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo…". La esperanza de estar para siempre con El en la gloria no nos debe apartar del cumplimiento de nuestro deber de trabajar por hacer un mundo mejor. La paradoja es que al subir al cielo Jesús promete que está con sus discípulos todos los días hasta el fin de los tiempos. Y los envía a prolongar su misión: "Vayan y hagan discípulos de todos los pueblos", bautizándolos en nombre de la Trinidad y enseñándoles a cumplir todo lo que El enseñó, en especial el mandato del amor al prójimo. Jesús que recibió "todo" poder en el cielo y en la tierra, envía a hacer discípulos de "todos" los pueblos, a cumplir "todo" lo que El les ha mandado, y asegura su presencia "todos" los días", o sea, fundamenta la catolicidad. Hoy ha subido al cielo Nuestro Señor Jesucristo; suba también con El nuestro corazón. Mientras llega el Día, "escondido la Iglesia lo contempla, lo adora más presente todavía".

Cristián Caro Cordero. Arzobispo de Puerto Montt.