A pesar de tantos alardes de preocupación y afecto a los testimonios de nuestros antepasados, debemos reconocer que seguimos fallando en esta trascendente responsabilidad de velar por el fortalecimiento de la identidad local.
La prueba más palpable es el estado de abandono en que se encuentra en la actualidad el sitio arqueológico, descubierto hace 17 años en Tenglo, cuyos conchales y reliquias revelan una antigüedad de más de 5 mil años. Pero, que -por esa misma negligente actitud- sobre ese tesoro cultural se instaló -ya por algunos años- un recinto con maquinarias de ejercicios de iniciativa particular. Insólita irreverencia, que no es más que el reflejo de la generalizada desidia imperante frente a la herencia de un pretérito primigenio y fundacional.
En la misma isla, en su sector sur, yacen en absoluto olvido también, legendarios restos (tocones) de alerce milenario, dignos de integrarse a los yacimientos históricos de este tipo que Puerto Montt posee también en el bosque fósil de Punta Pelluco (Pelluhuín), que fuera declarado Monumento Nacional en 1976. Y que tampoco ha recibido el tratamiento y relevancia que amerita. Lo mismo que el añoso y gigante tronco de alerce existente a la vera de la ruta a Alerce, denominado "La Silla del Presidente", porque allí solían descansar y admirar el paisaje las autoridades nacionales que venían a Melipulli. Reliquia que también espera su turno para integrarse dignamente a una gran ruta patrimonial de Puerto Montt.
Y en la lista patrimonial, -no muy considerada y donde figuran algunas misiones de rescate-, están la imagen del Cacique Cayenel, removida del centro de la ciudad; el Monumento al Hombre de Mar, sacado y no repuesto desde frente al acceso portuario; el prometido y no concretado busto en homenaje al dramaturgo Mauricio de la Parra, artífice de los Temporales Teatrales de Puerto Montt; la proyectada estatua y plazoleta en honor del más ilustre visitante recibido, el hoy santo Papa Juan Pablo II, etcétera. Y de Monte Verde…, ni hablar.